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Retrato de J. March | I. Zuloaga (Fundación Juan March)

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En cierta ocasión un paisano visitó a March en la cárcel, llevándole unos plátanos: nunco lo olvidó. En clara alusión a Juan March en Mallorca hay un dicho: los amigos se ven en el lecho de muerte o en la cárcel.

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  • Todavía despierta temor y admiración a partes iguales en Mallorca

 

 

Esteban Urreiztieta | Palma – 09/03/2013

 

La silueta encorvada y la nariz ganchuda de Juan March Ordinas todavía deambula vívida en la memoria de la Mallorca profunda, despertando temor y admiración a partes iguales. Su mirada penetrante, escondida tras unas gafas redondas, su cráneo reluciente y su tono de voz cortante, perviven en el tiempo hasta hacer que los más viejos del lugar todavía hoy bajen el tono de voz al recordar a quien fuera una de las primeras fortunas del mundo cuando murió el 10 de marzo de 1962, tras las heridas sufridas en un accidente de tráfico en la Carretera de la Coruña.

En el corazón de la isla que lo vio nacer el cuatro de octubre de 1880 no se conoce al patriarca de la multimillonaria saga financiera por su nombre sino por el pseudónimo de En Verga, que alude a la vara con la que su familia acarreaba los cerdos de la localidad de Santa Margalida. En este pueblo ubicado al norte de la isla y encerrado en sí mismo, todavía impresiona el caserón que se erige en una de las esquinas de su plaza. Pese a su aspecto decadente e inhóspito, las fauces de un león se asoman desafiantes en su puerta principal agarrando con todas sus fuerzas una llave rematada por una ‘J’ que desvela la identidad de su primer propietario.

Juan March Ordinas vivió con su esposa Leonor Servera en la que todavía hoy es una de las casas más importantes del pueblo hasta que huyó dejando el inmueble en el mismo estado en el que se encuentra hoy. Con la primera oficina de la Banca March en sus bajos y las dependencias repletas de armarios con cajones de doble fondo. En Verga despuntó desde niño en este pueblo por su capacidad innata para sacarle partido a todo cuanto se cruzara a su paso.
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La mujer de Juan March.
La mujer de Juan March

Vendía a los chicos más mayores caladas de cigarrillos a razón de cinco céntimos cada una y comerciaba con cuanto caía en sus manos, ya fueran hilos, clavos o botones, desarrollando una facilidad deslumbrante por las matemáticas y revelando una capacidad innata para ganar dinero.

Se alió pronto con una de las familias más importantes de Santa Margalida, los Garau, y comenzó a ejercer con ellos la actividad más lucrativa de cuantas se desarrollaban en Baleares en esa época: el contrabando. De sus paisanos aprendió las claves de un oficio que abastecía a la Islas de bienes de primera necesidad y que florecía en el Mediterráneo gracias a las fábricas de tabaco mallorquinas radicadas en Argel. Hasta que un buen día un hallazgo casual dio un vuelco definitivo a su vida y disparó para siempre su irresistible ascenso.
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«Mis deseos serían que uno estuviera con el otro, que dos corazones fueran solo uno, que me amases…». Leonor Servera se declaraba con estas palabras en 1915 a uno de los jóvenes más apuestos de la localidad, Rafael Garau, hijo de los socios de su marido. Las pruebas, en forma de cartas de amor, las escondió en su propia casa, convencida de que su marido, siempre de viaje a Argelia, nunca accedería a su contenido. El cadáver de Garau fue encontrado cosido a puñaladas en Valencia la madrugada del 29 de septiembre de 1916. No hizo falta juicio ni la práctica de una sola diligencia. El pueblo en pleno se giró contra March al grito de «asesino» y provocó su huida inmediata. March abandonó su pueblo señalado por todos sus vecinos, dejó las llaves puestas y sus pertenencias intactas, pero juró venganza y lanzó una advertencia premonitoria: «Volveré cuando sea el hombre más rico del mundo«. Y en ello empleó el resto de su vida.

En Verga, al que siempre acompañó la sombra de este crimen, aplicó las reglas del contrabando del hambre de Mallorca para crear en tiempo récord la mayor compañía que conocieron los tiempos. Estableció su propia fábrica de tabaco en Argel, se hizo con el monopolio del negocio en Ceuta y Melilla y labró un imperio con el que acabó arruinando a la mismísima Tabacalera. El tabaco que se fumaba en España era de March, porque era el más barato y el de mayor calidad.
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El supuesto amante de Leonor Servera.
El supuesto amante de Leonor Servera

Controló el tráfico marítimo tras crear Transmediterránea, suministró armamento a los submarinos austríacos durante la Primera Guerra Mundial, ejerció de espía para España y contra España y atesoró tal grado de poder e influencia que llegó a controlar las relaciones internacionales y al Estado en pleno.

Francesc Cambó le bautizó como «El último pirata del Mediterráneo», arrancándole del anonimato, y con este apodo salió a la venta en 1934 su primera biografía, obra del escritor gallego Manuel Domínguez Benavides. Este libro, que fue secuestrado por el propio March, le presentaba como «el ladrón del dinero y de la conciencia del país« y como un hombre al que guiaba un único lema: «Diners o dinars» -–comida o dinero-. Bajo el pseudónimo de Juan Albert, el protagonista exponía su particular modus operandi.

» – Hay que convencer al ministro para que firme esa concesión.

– Imposible, don Juan. Se trata de un hombre íntegro.

– Se le corrompe.

– Rechaza el dinero.

– Quizá le gusten las mujeres.

– Es un hombre casto.

– Tendrá un hijo perdulario.

– Ahora recuerdo.… He oído que su padre dio en quiebra.

– Ya es nuestro».

Siempre «diners o dinars». Hasta el extremo de que cualquier mandatario tenía que pactar con él para gobernar. Jaime Carner, ministro de Hacienda del segundo gobierno de Manuel Azaña, lo dejó muy claro: «O la República somete a March o March someterá a la República». Por ello, y con un procedimiento judicial repleto de irregularidades mediante, Juan March ingresó en prisión en junio de 1932. Pero no fue en los negocios sino en la cárcel donde forjó definitivamente su leyenda al fugarse del centro penitenciario de Alcalá de Henares tras sobornar al carcelero.
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Juan March Ordinas.
Juan March Ordinas

Cambió definitivamente la historia de España al financiar años después con lingotes de oro el Alzamiento Nacional y pagó de su bolsillo las 1.019 libras esterlinas y cuatro chelines que costó el alquiler del Dragon Rapide, el avión que llevó a Franco de Canarias a Marruecos en 1936. Gracias a la intervención decisiva de March, España no entró en la Segunda Guerra Mundial a favor de Alemania tras sobornar a los principales generales de Franco al mismo tiempo que intimó con Wilhem Cannaris, jefe de los espías de Hitler.

March se despidió dando un golpe póstumo. Consumó un último acto de piratería al hacerse con la Barcelona Traction, a partir de la que creó FECSA, y se despidió, tras cumplir su promesa de ser el hombre más rico del mundo, sin haber podido adquirir lo único que no podía comprar con dinero: su honor. Creó la Fundación Juan March, a la que donó 2.000 millones de pesetas en su lecho de muerte para ser recordado como un filántropo y no como un contrabandista y pidió a sus hijos, Juan y Bartolomé, que lucharan por el «recuerdo perenne de su memoria».
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Junto a esta petición les dio un consejo: que el silencio y la discreción presidiera todos los actos de su vida. Esa fue la clave de su éxito y lo que hace que su peripecia vital siga siendo uno de los grandes misterios de nuestra historia reciente.

 

Fuente: elmundo.es

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