barco-en-una-tormenta-9138.
A perro flaco, todo son pulgas. «Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados…». Lo demás sería literatura, superestructura, adorno… Es comprensible, incluso sensato, que cuando un buque naufraga, cada cual intente salir adelante por su cuenta, como mejor pueda.

 

Como magistralmente diría NIETO «la cultura histórica nos enseña que no estamos ante un fenómeno original: pura y sencillamente hemos vuelto al Antiguo Régimen fugazmente interrumpido por un paréntesis de racionalidad que no ha llegado a durar ni siquiera doscientos años. Basta ojear las leyes del Antiguo Régimen para comprobar lo que se está diciendo: leyes propias y distintas de cada reino de la Corona española (…) Simplemente hemos vuelto a donde estábamos antes de las Cortes de Cádiz, cuando sólo un puñado de ilustrados se atrevían a imaginar que todos los hombres eran iguales y que las leyes habían de ser iguales para todos». De modo similar a la época feudal, cuando prácticamente cada valle constituía una jurisdicción separada, un montañero puede estar sujeto, en una sola jornada, a la regulación de hasta tres comunidades autónomas (p. ej. Picos de Europa), cada una con sus respectivos permisos administrativos, servicios de socorro y tasas de rescate. Basta accidentarse en la ladera o ribera equivocadas para que se dispare, como el percutor de una trampa cinegética, el hecho imponible de una onerosa tasa por rescate. El resultado de esa pluralidad de regulaciones sólo puede ser uno: la fractura de la igualdad y de la seguridad jurídica. El regreso al Antiguo Régimen, tan querido para algunos «reinos» de la «Corona». (GONZÁLEZ PELLICER, Diario La Ley, 17 de Febrero de 2015)

Aun siendo cierto que Aragón fue también un imperio (del Mediterráneo), cuyo mantenimiento en el tiempo -mientras duró- resulta inimaginable sin el apoyo de las armas castellanas (por todas, las campañas del Gran Capitán en Nápoles); y que la pérdida de Cuba y Filipinas se vio acelerada -entre otras causas- por la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas de 1882, sin la cual -por falta de suficiente prosperidad- probablemente habría resultado inviable la extraordinaria opulencia alcanzada por la burguesía catalana (su paradigma, el Paseo de Gracia), renovada en tiempos de Franco y hasta la desaparición del proteccionismo arancelario… ello no constituye, sin embargo, toda la verdad. Cabrían también otras explicaciones y matices (cfr. Memorial de Greuges de 1885). ¿Alguien podrá poner en duda la acendrada capacidad empresarial catalana?

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«No me explico esta desafección a España de vascos y catalanes»

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«Deprime y entristece el ánimo, el considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la Patria común. Hasta en la noble Navarra existe un partido separatista o nacionalista, robusto y bien organizado, junto con el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y Rey.
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En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado.
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A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales. ¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador.
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No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa!.
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La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras.Y todo para congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la más negra ingratitud.
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A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.
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No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía.
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La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común. (Santiago Ramón y Cajal)

Más que incidir en heridas y fraternales rencillas, el autor del artículo que sigue propone una salida constructiva a todo este embrollo. En esta línea, en apoyo de una visión pragmática de cuanto sucede, nos permitimos apuntar las ideas que siguen:

 🙄 Haber sido y ya no ser tiene sus ventajas, te da perspectiva, permitiéndote comprender el hondo sentido de la expresión «vanidad de vanidades». Nada, en esta vida, está asegurado. Todo se muda: lo que hoy es bueno mañana se torna malo y viceversa. Sin embargo, es nuestro sino enfrentarnos día a día a esa misión titánica de intentar triunfar, siempre con ánimo de progreso.

La agricultura tuvo su momento; luego la manufactura de algodón, la industria… Hoy el turismo -y en general los servicios- parecen afianzarse como fuente principal de riqueza. Lo pasado no retorna. Toca una y otra vez reinventarse.  

Quien en una herencia resultó perjudicado, por recibir unas tierras rústicas de secano en vez de otras labrantías de riego, acaso al cabo solo de una recalificación urbanística vea cambiada su suerte. Lo mismo ocurre con los sectores de la actividad económica y la riqueza de los diversos territorios en general.

  • La sublevación de Cataluña de 1640 (Guerra de los Segadores) tiene todo que ver con la decadencia de Castilla, con su agotamiento por una situación continua de guerra y ruina económica y con la fracasada Unión de Armas del Conde-Duque de Olivares. Ante tal panorama, cansados de tanto alojamiento -forzado- de tercios, tal vez viendo en el mantenimiento de la unidad poco que ganar y mucho que perder, también -seamos honestos- por egoismo -concepción patrimonial del Estado y emancipación de poderes otrora de segundo orden, como en su día ocurriese con los criollos americanos-, por azuzamiento de terceros países (interesados en la debilitación del actual o potencial enemigo y, eventualmente, en la formación de estados-tapón que faciliten su influencia en la zona, sin coste añadido para la metrópoli tutelante -política en la que magistralmente destaca Inglaterra, siempre conocedora y guardiana de sus muy escasos recursos propios-)… se comprende lo que ocurrió.

No constituyó un fenómeno unitario sino que nobleza y ricos de las ciudades de una parte, y populacho y campesinado de otra, anduvieron cada uno a lo suyo. Harto de tanta incomprensión (sin perjuicio, claro está, de la a su vez incomprensión que las palabras que siguen denotan), el Conde-Duque escribía:

Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella… Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia… Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello, y el usaje, cuando se trata de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia…

Por falta de propia fuerza, los sublevados se aliaron con el enemigo de Felipe IV -Luis XIII-. Con pésimo resultado para España y particularmente para Cataluña: en el Tratado de los Pirineos (1659) España, por tanto también Cataluña, cedió  a Francia el Rosellón, el Conflent, el Vallespir y una parte de la Cerdaña, territorios todos ellos situados en la vertiente septentrional de los Pirineos y que las tropas francesas habían ocupado en apoyo de los sublevados catalanes (la frontera con España se fijará desde entonces siguiendo los Pirineos, salvo en lo que se refiere al diminuto enclave de Llivia). Ni que decir tiene, aunque existiese un compromiso de mantener la vigencia de los Usatges de Barcelona y sus instituciones al norte de los Pirineos, con sede en Perpiñán, esta parte del Tratado resultó incumplida por el rey francés Luis XIV.

  • Portugal sí logró su independencia en 1640 (por segunda vez, la primera vez frente a Alfonso XI). Con la ayuda de Francia primero -mientras estuvo en guerra con España- y luego de Inglaterra. Claro está, a muy alto coste: es manifiesto que sin tales ayudas su independencia no habría tenido lugar. Desde entonces y hasta hoy, también -entre otros- en interés de terceros, la desunión ibérica permanece (más aquí). 
  • Siguiendo el ejemplo catalán o el portugués, el duque de Medina Sidonia se levantó en Andalucía en armas contra su Rey en 1641. Acaso por falta de suficiente apoyo popular -que por otra parte no intentaron decididamente granjearse los nobles conjurados- y sobretodo ante la falta de importante apoyo exterior -¿con qué aprovechamiento?-, pronto todo quedó en nada.  

 😥  A falta de fronteras naturales y sin potencia militar, la suerte de Cataluña habría de quedar al albur de terceros. Ayer como hoy. 

  • En la Guerra de Sucesión española Barcelona, malparada en su anterior alianza -ya relatada- con Francia, elige esta vez la alianza con su competidor por excelencia, Inglaterra (prueba manifiesta de que por aquel entonces lo textil no era aún el mercado percibido de futuro en Cataluña). Se proclama austracista, optando así por la España horizontal -descentralizada- de los austrias frente al centralismo piramidal borbónico. 

La rebelión catalana de 1705 no fue espontánea ni popular en su origen, sino que expresaba los objetivos políticos de la clase dirigente. Barcelona albergaba una élite urbana cohesionada, producto de la mezcla de la oligarquía de Barcelona con la aristocracia tradicional y consolidada gracias al renacimiento de la economía catalana a partir del decenio de 1680. A su vez, esto generó los ambiciosos proyectos del abogado Narcís Feliu de la Penya, cuyo llamamiento a una reorientación del comercio catalán, que tenía que apartarse de los mercados tradicionales del Mediterráneo para dirigirse hacia América, reflejaba la participación creciente en el comercio colonial y se basaba fundamentalmente no en la industria de Barcelona, dominada por el régimen gremial, sino en los productos exportables del sector rural y en las pequeñas ciudades de la costa.Para la élite catalana, la Guerra de Sucesión era la oportunidad de explotar la posición de Cataluña y de vender su alianza al mejor postor…

La guerra de 1705 no fue una mera defensa de los fueros, sino que estaba dirigida a servir a los intereses de la élite comerciante catalana, deseosa de promover a Barcelona como la capital de los negocios de España, un centro de comercio libre, una nueva metrópoli de comercio colonial y de iniciativas económicas. No trataban de conseguir la secesión de Cataluña ni el desmembramiento de España; al contrario, luchaban por incorporar el modelo catalán en una España unida y liberada del dominio de Francia (John Lynch)

El «caso de los catalanes» no aparece contemplado en el Tratado de Rastatt, por el que el Imperio Austríaco se incorporaba a la paz de Utrecht (1713): Felipe V, en consecuencia, no se vio comprometido a mantener las leyes e instituciones propias de Cataluña y Mallorca. Una vez más los catalanes se apercibieron de su instrumentalización títere en manos de los grandes: la muerte del emperador José I de Austria hizo que la Corona Imperial pasara al pretendiente Carlos III el Archiduque (coronado en septiembre de 1711 emperador con el nombre de Carlos VI); para evitar un mal mayor, el resurgimiento de los Habsburgo, los ingleses -vista su incapacidad para mantener en Cataluña una satrapía- de inmediato se apresuraron a la paz con Francia. Nada personal, cuestión de política (más aquí).

  • En 1873, 1931 (Macià) y 1934 (Companys), aprovechando inestabilidades internas -lógico, ¿qué otro mejor momento?-, retoman su desafio al Gobierno central y autoproclaman unilateralmente el Estado Catalán. De nuevo, ¿con qué apoyos?

El contexto romántico que dio pie al surgimiento de los nacionalismos y a la unificación italiana difieren abiertamente del caso catalán. El hábil Conde de Cavour, ministro del reino de Piamonte, logró interesar al megalómano emperador francés Napoleón III en expulsar a los austríacos del norte. Il Risorgimento tuvo probablemente mucho que ver con la masonería (tanto o más que con la voluntad popular -más inducida que sentida de antemano-) y el interés británico en contrarrestar la influencia francesa en la zona. También con el declinar de Austria y Francia en Sadowa (1866) y Sedán (1870) respectivamente, ante el poder emergente de Prusia. Como se ve, nada que ver con la situación en Cataluña.

El autoproclamado cantón independiente de Cartagena pidió ser incluido en los Estados Unidos de América. Llevaba varios meses fuera del Estado español y buscaba así un reconocimiento internacional. Los estadounidenses no llegaron a contestar a la petición. Siempre lo mismo: sin apoyos, no hay futuro.

😀 Nos hemos centrado en Cataluña pero cosas similares -ciertamente con sus propias peculiaridades- cabría apuntar en relación al Señorío de Vizcaya o el reino de Galicia. Felipe V tuvo su oportunidad para unificar el país y no hizo uso de ella. Tampoco Franco. Francia en cambio, a principios de su construcción nido de múltiples nacionalidades, costumbres y leyes, sí. Cada cual obra como cree oportuno… y cosecha sus resultados.

Hacerlo hoy en día, aparte de poco menos que imposible y en todo caso contraproducente, probablemente sería desacertado. Puede que la solución, como frecuentemente se indica, radique en el propio problema: ¿y si superásemos todo tipo de nacionalismos, españolista o autonómicos? ¿Y si España y Portugal constituyesen un único (sub)territorio?

«A Barcelona hay que bombardearla cada cincuenta años». Esta frase, atribuida a Espartero tras el bombardeo de Barcelona de 1842, suscita grave animadversión. Supongo que un entendimiento basado en la desesperanza debería ser evitado. Por todos.

  • Bien entendido, ni España (conjunto de nacionalidades) ni el Reino Unido ni Italia ni Marruecos aparecen territorialmente organizados como una única nación. Tampoco Europa. Y sin embargo, ¿que habría de impedir la coexistencia de diversos poderes territorialmente distribuidos conforme a determinados criterios, unas veces de jerarquía y otras de competencia? Ese fue el sueño del denostado Carlos V, una Europa unida, horizontal, plural, cuya cabeza no sería sino un «primus inter pares», fruto de la elección, en la que cada territorio habría de aportar su ventaja comparativa y especialización. En definitiva, puede que los estados soberanos no sean sino una etapa histórica, un troceamiento de una realidad superior, un periodo de aletargamiento -como el del Medievo- del que hora es ya de despertar. En vez de continuas pugnas fratricidas que a todos desgasta y a nadie -a medio plazo- beneficia, ¿cuando comprenderá Europa que su razón de ser y posibilidad de supervivencia, en un mundo globalizado como el que nos toca gozar, es «única»?
  • Acaso haya llegado el tiempo para una nueva cultura imperial, para pensar «a lo grande«. Eso sí, «imperio rationis» -no al revés, «ratio imperii»-. Aunque solo sea porque en un mundo abierto, interconectado y global es imposible ser rico y tener de vecino a un pobre. Sin fronteras por en medio (y hoy en día, ni siquiera los accidentes naturales lo son), la situación sería a medio plazo insostenible. Así pues, si no por altruismo o caridad por egoismo, ayudémonos los unos a los otros. Bien entendido, dar es recibir. Nadie mejor que un comerciante, con su capacidad de crear mercados, para entenderlo. En vez de un  win-lose approach, otro del tipo win-win.

 

Rodrigo Tena Arregui, Notario | 18-11-2014

 

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tena

  •  El día 18 de noviembre de 2014 el diario El Mundo publicó un artículo de Rodrigo Tena, en el cual el autor considera que para resolver el problema soberanista planteado el 9-N ha de hacerse una reforma constitucional que no se limite a la cuestión territorial sino que fortalezca los resortes del Estado de Derecho

 

 

ESTADO DE DERECHO VS. DERIVA

 

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El pasado día 9 de noviembre asistimos a un simulacro de referéndum de independencia en Cataluña, con el decidido apoyo de la Generalitat y de otras administraciones públicas dirigidas por partidos políticos favorables a la consulta, pese a la rotunda prohibición al respecto por parte de los órganos competentes de nuestro Estado de Derecho. “Lo peor que ocurrió el 9-N fue la visibilidad de la debilidad del Estado de Derecho, sobre todo en Cataluña”, afirmaba en un tweet Sociedad Civil Catalana. Tienen razón. Pero ese innegable dato ha suscitado entre los no partidarios básicamente dos tipos de reacciones: la de los que creen que el Estado ha pecado por inactividad al permitir una transgresión tan manifiesta de sus decisiones y exigen una respuesta contundente, y la de los que consideran que ahora hay que dejar al Derecho un poquito al margen y que éste es el momento de la política.

Nosotros, la verdad, consideramos que lleva siendo el momento de la política desde hace muchos años, aunque algunos se caigan ahora del guindo, pero que entender que en un Estado de Derecho cabe la política sin Derecho es algo extraordinariamente peligroso. La política sin Derecho nos puede llevar a cualquier sitio, como dejó bien claro Clausewitz hace muchos años al afirmar que la guerra es la política por otros medios. Así que vamos a intentar hacer un esfuerzo de encauzar la imprescindible reacción política por la vía del Derecho, la única posible en un régimen que aspire a llamarse democrático.

Para recapitular un poco es necesario distinguir, siguiendo la terminología propia de los juristas, la lege data de la lege ferenda, aunque por lege deben entender ustedes Constitución. Es decir, lo que ahora es posible con nuestro actual marco constitucional, de lo que debería ser posible y respecto de lo cual cabría incluso llegar a un consenso bastante mayoritario.

Con el Derecho vigente las posibilidades reales de resolver este conflicto son remotas, por no decir prácticamente nulas. Los partidos soberanistas piden un referéndum “legal” y, en caso contrario, amenazan con unas elecciones plebiscitarias que conducirían a la independencia por la vía de los hechos consumados. Por su parte, el Gobierno, aunque quisiera (que no quiere) no puede consensuar un referéndum de independencia respecto de ningún territorio sin modificar la Constitución. Si la amenaza se consuma y el Parlament, después de unas elecciones victoriosas, declara la independencia sin más, entraríamos en un caos monumental caracterizado por la ausencia práctica de Derecho y de seguridad jurídica en el que todos perderíamos y cuya solución final sería impredecible. La intervención directa del Gobierno por la vía del art. 155 de la CE no garantiza ninguna solución sencilla frente a un caso de desobediencia generalizada, aparte de que no haría otra cosa que aplazar el problema. Por otro lado, la actuación meramente judicial de tipo penal por parte del Estado no tiene peso suficiente como para desactivar esa amenaza. No decimos que no haya que ejercitar las acciones pertinentes, al contrario -la decisión de hacerlo no es optativa ni puede ser matizada por criterios de oportunidad si efectivamente se está infringiendo la ley- sino, simplemente, que no va a ser suficiente, teniendo en cuenta además los plazos que maneja nuestra judicatura.

De Constitución data, la única solución fácil (y ojo, probable, si entendemos que a los políticos les tira extraordinariamente lo fácil) es conceder a Cataluña un pacto fiscal parecido (cosméticas aparte) al vasco, ya sea por la vía de permitir una recaudación total propia con cesión al Estado de una parte testimonial por “servicios comunes”, o pactando un cupo directamente. Convergència podría vender ese pacto como una solución provisional sin renunciar en el futuro a nada (para salir del atolladero en que ellos solitos se han metido) y el Gobierno del PP podría también intentarlo como una solución provisional sin renunciar en el futuro a casi nada (para salir del tremendo lío que su incuria de años ha permitido).

Pero se trataría de una salida en falso, porque los que con ello renunciaríamos a mucho seríamos el conjunto de los españoles. Sumar a Cataluña al grupo de los ricos insolidarios, en el que ahora se encuentran cómodamente instalados el País Vasco y Navarra, sería renunciar definitivamente a llamar a esto simplemente un Estado viable, todavía menos uno de Derecho. El mantra de que el cupo o las cesiones se pueden calcular correctamente para no generar agravios comparativos es un cuento chino que la experiencia ha refutado y que no se lo creen ni quienes lo proponen. Si se busca la justicia y la proporción hay soluciones más simples que acudir a estos subterfugios. Por ese motivo, ceder a estas demandas sería quebrar por la puerta de atrás los propios fundamentos de nuestro orden constitucional (fundamentalmente el art. 1.1 en referencia a la “igualdad”, hoy ya bastante maltrecha). Esta decisión sería inasumible y la conservación de la integridad territorial no la compensa desde ningún punto de vista, especialmente desde el punto de vista de los ciudadanos españoles, que es el prioritario.

La solución, por tanto, pasa por una reforma de la Constitución. El Gobierno no quiere ni plantearla porque dice que todos quieren reformarla, sí, pero en sentidos radicalmente divergentes y que el fracaso está asegurado. Nosotros no estamos de acuerdo. Pensamos que es posible llegar a un acuerdo de reforma constitucional que involucre a todos (o al menos a una gran mayoría) sobre las siguientes bases:

1.- La reforma no puede limitarse al tema territorial. Es necesario aprovecharla para regenerar nuestro maltrecho Estado de Derecho, adoptando las cautelas que aconseja la experiencia de derribo de nuestras instituciones durante estos años de hojalata. Es necesario garantizar un Tribunal Constitucional prestigioso y una judicatura responsable e independiente, una Administración profesional, y unos órganos de control que -milagro- controlen efectivamente. Por supuesto, todo ello pasa por una reforma del funcionamiento de nuestros partidos y del régimen electoral que acabe con nuestra partitocracia cleptocrática, tanto en Cataluña como en el resto de España. Mucho está escrito en nuestra actual Constitución, pero está visto que no ha sido suficiente.

2.- Es imprescindible suprimir los regímenes fiscales privilegiados del País Vasco y Navarra. No es de recibo que las Comunidades más ricas del país no sólo no contribuyan sino que sean perceptoras netas. Invocar a estas alturas “la historia” o “los fueros” causa simplemente sonrojo. Es necesario diseñar un régimen de financiación justo y equilibrado, conforme al cual aporten más (dentro de lo razonable) quienes más tienen.

3.- Debe crearse un Estado de tipo federal mucho más ordenado que el actual. Con competencias claramente definidas entre el Estado federal y los Estados federados (o entre el Estado y las comunidades autónomas), que pueda permitir, incluso, en función de la población de cada comunidad y de su capacidad de gestión (no de su pasado “histórico”, que sospechamos que todos tenemos el mismo) que unas asuman más competencias que otras.

4.- Ello implica un nuevo pacto constitucional, por lo que -por una sola vez- habría que dar la oportunidad de secesión a aquellas comunidades que piensen que estarán mejor solas, estableciendo al efecto un procedimiento claro -en los términos de la Ley de Claridad canadiense- en el que con unas mayorías reforzadas (porque para romper un país para siempre no vale la mitad más uno) puedan ejercitar su opción de salida.

5.- Para diseñar este proyecto en detalle debería formarse una comisión integrada por personalidades de prestigio que empezase a trabajar al respecto desde este instante. Los políticos de este país han ya dado demasiadas muestras de incompetencia como para escribir la letra de esta canción. Por supuesto que deben marcar los principios, tutelar el proceso y asumir sus consecuencias -faltaría más, esto es una democracia- pero no tienen por qué descender al detalle desde el minuto uno. Es imprescindible seguir el ejemplo de otras democracias avanzadas que no han dudado en crear comisiones de expertos para casos parecidos.

Esto es política conforme al Derecho. Y, mientras tanto, que los órganos competentes del Estado se limiten a aplicar el Derecho vigente y a ejercer su monopolio de la violencia. No pueden hacer otra cosa.

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Fuente: iustel.com

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