Mirando unos antiguos jeroglíficos egipcios me percaté de un hecho que llamó mi atención hasta el punto de que descargué más y más imágenes de jeroglíficos para cerciorarme. Entre todas las imágenes había centrado mi atención en las figuras humanas y vi que ninguna de ellas llevaba gafas. Enseguida supe que entre los egipcios de hace cuatro mil años no había alteraciones en la refracción de la vista, eran emétropes y no necesitaban lentes para ver bien. De hecho, siendo una civilización capaz de construir pirámides, construcciones inexplicables actualmente con la tecnología moderna, es impensable que no hubiesen sido capaces de hacer unas simples gafas de haberlas necesitado. Partiendo de este hecho irrefutable de que no constan personajes con gafas en el antiguo Egipto, nos preguntamos cuándo comenzaron los seres humanos a necesitar gafas. Las primeras lentes graduadas de las que tenemos constancia (fuera de los anecdóticos cristales de colores que ocasionalmente utilizaba Nerón) son originarias de Venecia y Florencia allá por el siglo XIII, si bien parece que ya en China se pulían lentes para monturas desde el siglo X. Comenzamos a tener noticia, por tanto, de personas que necesitaban dispositivos para corregir el enfoque natural de su vista en los tiempos anteriores a la imprenta, al final de la Edad Media. Aunque antiparras y quevedos ya se empezaron a ver (sólo entre la gente que sabía leer, que no eran muchos) su verdadero incremento surgió pocos años después del descubrimiento de América. Precisamente fue este hecho, junto con el encuentro de los alimentos que en Europa no se conocían (pimiento, patata, tomate,…) el que dirigió mis sospechas hacia la importancia de la alimentación en el alarmante incremento de necesidad de llevar gafas para corregir problemas de visión. Como este incremento fue mayor a partir de la mitad del siglo XIX, coincidiendo con una mayor popularización del consumo de tomate (costó que la sociedad viese en el tomate algo diferente a una manzana pocha), sospecho que el incremento alarmante de miopes e hipermétropes es culpa del tomate. Incluso he podido corroborar que una importante empresa de fabricación de gafas y lentes de contacto está promoviendo el consumo de tomate porque dicen que es bueno para la vista. Seguramente porque a ellos bien les va el negocio si convencemos a todo el mundo de que consuman algo tan perjudicial para la vista como es el tomate.
 
dietas

 

Hasta aquí el dislate y el disparate. El párrafo anterior ha servido para ilustrar lo que puede ser una investigación poco seria, mezclando churras con merinas. Se muestran algunos datos reales y aceptados por todo el mundo (sin demasiada crítica) como la ausencia de gafas entre los constructores de pirámides, el descubrimiento de América y llegada de nuevos alimentos y el creciente consumo de gafas. Pero falla, como a menudo sucede, la relación causal entre los datos suministrados, pues sólo se señala la asociación, pero no que de una cosa se siga la otra (la falacia post hoc ergo propter hoc). Se sabe que los egipcios no veraneaban en Benidorm. Veranear en Benidorm les podría haber hecho miopes, porque ahora mucha gente con miopía veranea en Benidorm…

 

 
Todo esto viene a cuento porque a menudo se oye: es que antes no había tantas enfermedades como ahora, o no había tanto cáncer, o tantas alergias, o tantas enfermedades autoinmunes como se diagnostican ahora. Claro, ni egipcios miopes. Es que antes se comía mejor, más sano. Y uno se pregunta si es que ha comido los guisos que se hacía no hace 4000 años sino tan sólo hace 200 años. Es que antes no se comía tanta leche, o tanta carne o grasa,…bueno, a veces es que ni se comía. Es que el trigo de entonces no tenía nada que ver con el de ahora. Pues…aunque haya diferentes variedades, el trigo es trigo y cuando se muele es harina, con diferentes concentraciones de su componentes, pero como pasa con las variedades de vino o de aceite..
 

 

Es verdad que los hábitos alimentarios, al igual que los productos manufacturados han cambiado en el último siglo (ojo que hablamos de tan sólo 100 años frente a los 10000 que lleva sobre el planeta el hombre civilizado). Y a un ritmo vertiginoso. ¿Pueden ser estos cambios relativamente recientes los que expliquen la razón de las enfermedad modernas? Sin duda alguna, están influyendo. El tabaco es un factor incuestionable en el origen de mucha patología tumoral e inflamatoria, no sólo en el pulmón. También la ingesta de alcohol. O el empleo abusivo y creciente de azúcares refinados o ácidos grasos saturados en bollería industrial. Pero también otros desarrollos tecnológicos que han devenido en accidentes a causa de la velocidad (los medios de transporte, avión, tren, coche,…). Resulta improcedente concluir que existe un complot entre las funerarias y la industria de automoción: ¡en el siglo XIX no había tanto muerto en accidente de tráfico!

 

 

 

En lo que nos ocupa, parece que lo que ingerimos y pasa por nuestro cuerpo incide en mayor o menor medida en nuestra salud. ¡Qué duda cabe! Y los más radicales con esto abogan por unos alimentos «como los de antes» en referencia a una agricultura o ganadería que llaman ecológica. O a unos modos de alimentarse como los de antaño (cuando nuestro «antaño» con dificultad puede ir más allá de 100 ó 200 años). Y atisban sospechosos intereses comerciales para que comamos basura y así enfermar y contribuir al lucro del aparato sanitario. Podemos aceptar, no sin debate, que la calidad de los alimentos actuales es peor o al menos cuestionable, pero lo cierto es que ahora vivimos más que hace un siglo, la esperanza de vida ha aumentado. Vivimos más, sin duda, pero ¿vivimos mejor? ¿Acaso no es la población longeva, achacosa y menesterosa la que más beneficio da a las multinacionales farmacéuticas? ¿No será que lo que quiere el sistema sanitario es cronificar como sucedáneo de curar?

 

 

 

Procuremos ser serios y correctos a la hora de hacer inferencias que pretendan ser científicas. Que no se trata de prohibir el tomate porque conozco el caso de un miope que dejó de serlo al dejar de consumir tomate. Espectacular. La dieta influye, claro. Y hay pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal a los que les funciona de forma maravillosa la dieta SCD (basada en carbohidratos) propuesta por el Dr. Suskind, como a otros les mejoran otras dietas que se proponen para manejar esa enfermedad. Y cuando digo dietas en plural es porque se ofrecen numerosa dietas y cuando para tratar algo se proponen diferentes tratamientos… es porque eficaz en todos los casos al 100% no es ninguno, pues si tal remedio existiese sobrarían los demás. En enfermedades autoinmunes no todo es la dieta. Porque hay pacientes que siguen las dietas más variopintas y no controlan su cuadro. Quizás no han dado todavía con LA dieta.
 
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