Firma.
Determinada firma podría, incluso debería (dado que el Notario no es un perito calígrafo) ser aceptada como auténtica por un fedatario y sin embargo, a posteriori, resultar falsa (más aquí).

  • Particularmente tratándose de la firma es de una persona poco acostumbrada a firmar, cuyo trazo más se acerca a un dibujo aprendido (y por tanto susceptible en mayor o menor medida de olvido) que propiamente a un rasgo de su personalidad.
  • En la práctica llega incluso a ocurrir, ciertamente con escasa frecuencia, que algunas personas (presumiblemente de escasa formación) firman secuencialmente en las diversas hojas de un mismo documento de forma que, a simple vista al menos, poco tienen que ver entre sí.
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Ante la duda, me indicó en cierta ocasión un experto, mejor añadir a la firma -además de su huella- una serie numérica cualquiera (fecha de nacimiento del otorgante, su número de documento de identidad, etc): los números, todavía más que la firma, serían portadores de información concluyente sobre la identidad del firmante. 
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Las consideraciones que preceden son fruto exclusivamente de la experiencia. Se deja, como es natural, siempre a salvo el mejor criterio de cualquier experto. Como en el caso que sigue. Lo malo ocurre cuando te encuentras con dos criterios periciales contradictorios. ¿Entonces? En esta materia, como en general en el desempeño de la función notarial, toda prudencia es poca (más aquí).

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  • El autor, partiendo de la etimología del vocablo «firma» y su devenir histórico, constata que, aún con los avances de las nuevas tecnologías para su posible falsificación, sigue siendo uno de los signos personales más fiables, por sus rasgos idiosincráticos

 

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Jesús DELGADO LORENZO – Perito Grafólogo forense, de la Asociación Catalana de peritos judiciales y Forenses

Diario La Ley, 7692/2015,  nº 8658, Sección Práctica Forense | 3 de Diciembre de 2015

 

El vocablo firma vine del latín firmare, es decir, «afirmar». Con ello se «da fuerza» a todo el contenido escrito que se encuentra previo a la firma.

A lo largo de la historia, la firma ha representado un elemento esencial en todo acuerdo suscrito entre personas, pero no siempre la firma ha existido como tal.

En Roma, por ejemplo, los documentos no eran firmados, si no que existía una ceremonia denominada manufirmatio, que consistía en la lectura del documento que fuera por su propio autor o por un funcionario. Luego se extendía el documento sobre la mesa del escribano (el notario de entonces) y después de pasar la mano sobre el pergamino, se realizaba un juramento solemne en signo de aceptación. Después de realizada esta ceremonia era cuando se estampaba el nombre del autor o autores del documento. Este actuar no ha cambiado mucho con respecto al actual protocolo Notarial.

En la Edad Media se utilizaban sellos, marcas y signos, Estos últimos se componían de una cruz a la que se le añadían diversas letras y rasgos de forma entrelazada. Estos signos eran usados por todos los escribanos o fedatarios de entonces, ya que si no se ponían, podrían ser condenados a la hoguera ya que la inquisición decía que de no ponerse, el diablo entraba y cambiaba las letras.
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Documento de 1754, colección privada de Jesús Delgado

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La nobleza comenzó a reemplazar esta práctica con el uso de los sellos, no firmando todavía en los documentos debido a que prácticamente no sabían escribir. Con el tiempo, ya fue siendo costumbre que se autenticaran los documentos con sello y firma a la vez, aunque ésta siguiera teniendo más un concepto de signo que de escritura en sí.
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Firma de Cristóbal Colon

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En Francia en el siglo XIV, Carlos V obligó a los escribanos a añadir en los documentos que suscribían sus propias firmas además de los signos que les identificaban . Entonces era muy poca la gente que sabía escribir, y por eso durante mucho tiempo, fue el signo, que entendido como elemento gráfico dibujado, se interpretaba como firma.

Como ya se ha dicho, la firma autógrafa es la que plasma la persona de su puño y letra, y puede estar hecha mediante un conjunto de letras (identificando así al nombre y apellido o apellidos, aunque solo sea por sus iniciales), acompañados o no por una rúbrica.

La rúbrica es un elemento muy importante que acompaña, por lo general a la firma. Es un elemento gráfico tan importante que en muchas ocasiones ella misma compone únicamente la firma. Data de la Edad Media, y al parecer proviene etimológicamente del latín rubrum (rojo). La costumbre de rubricar viene de que en aquellas épocas se manuscribía al pie del documento, y después de poner el nombre y apellido, tres palabras latinas con tinta de color rojo: «scripsit firmavit reconogvit», que de alguna manera daban fe de la autenticidad oficial del documento. Con el tiempo, estas palabras se fueron deformando hasta hacerse ilegibles, convirtiéndose posteriormente en dibujos embrollados. De este modo, el pueblo llano, totalmente ignorante de su verdadero significado y propósito, interpretó aquel garabato como un signo de buen gusto y distinción, y procedió así a reproducirlo y a imitarlo, hasta nuestros días.
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Documento de 1754, colección privada de Jesús Delgado

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La plasmación de una firma en un documento conlleva por sí misma varias consecuencias. Permite en primer lugar, identificar al autor de la misma, bien porque es legible y se puede leer perfectamente el nombre del autor, o bien por que aunque sea ilegible es un «dibujo» repetido por dicha persona de forma constante, y por tanto, conocido y reconocido por los demás.

También la firma tiene efectos declarativos, puesto que al ejecutarse en un documento implica que la persona asume el contenido del mismo y, por tanto, se hace también responsable de lo declarado en él. Y por último, por supuesto, tiene también un valor probatorio, ya que aunque la persona afirme no haber firmado el documento, será elemento de prueba la verificación de dicha autoría mediante cotejos periciales caligráficos.

A pesar de que la era de los avances tecnológicos ha perjudicado a la escritura manuscrita, hoy en día todavía se sigue firmando, y se sigue exigiendo en todos los contratos que se plasmen las correspondientes firmas por parte de los implicados, como una manera de responsabilizarse, social y jurídicamente.

Por tanto, aunque sea un elemento gráfico proclive a su imitación y falsificación, la firma manuscrita, sin embargo, sigue siendo uno de los signos personales de identificación más fiables, al ser totalmente imposible que alguien pueda usurpar todos sus componentes gráficos y propios del verdadero autor de la misma. Esta circunstancia probablemente, es uno de los factores fundamentales que asegure la supervivencia de la firma manuscrita en el futuro, a pesar de que se pueda ver arrinconada por la tecnología, que cada día hace más impersonal dar fe de nuestros deseos, lo que que sin duda traerá problemas de resolución judicial, al no tener los suficientes elementos de garantía (salvo los ya implantados legalmente), que permitan, como en una firma manuscrita, comprobar si la persona que aparece como otorgante de una obligación documentada es realmente la que consistió. Porque a diario firmamos gran cantidad de documentos en medios de pago electrónicos, como tabletas que acreditan compras, entregas de mensajería, y que nos dan por notificados, pero no tenemos garantía de que sea realmente nuestra firma original, puesto que algunos programas informáticos permitirían capturar una imagen de nuestra firma y trasladarla a un documento para darle una apariencia de veracidad.

Es muy fácil hacer un corta y pega de nuestra firma por medios informáticos, basta con el escaneado y ya se tiene una firma que puede autenticar todo tipo de comunicaciones, entregas de documentación, paquetería y correspondencia… y ya nos han entregado esa documentación vital que esperábamos, por qué está nuestra firma, firma carente de todo rasgo identificativo, salvo y en el mejor de los casos, una morfología coincidente, que sin duda un perito grafólogo nunca daría por buena, en un informe judicial.

Las firmas de una persona serán distintas, distintas al resto que realice. Aún considerando la existencia de una relativa igualdad entre las firmas de una persona, lo que es realmente determinante son, precisamente, sus rasgos idiosincráticos incorporados, y no su mera estructura formal. Esos rasgos característicos son tan propios, tan espontáneos y consustanciales, que están integrados tanto en la firma como en la escritura en general.

Por tanto, podemos decir que si dos firmas atribuidas a una persona son iguales, con toda seguridad una de ellas será falsa.

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Fuente: diariolaley

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