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Quien va a GobernarLa salud, además de un servicio público, puede ser -es- un negocio. Y no necesariamente bastardo:
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 🙂 A la vista del artículo 140 del Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, y de la pérdida de valor -por causas varias- de las patentes, parece evidente que crear nuevos fármacos es cada vez es más caro y, al tiempo, menos rentable para los grandes laboratorios farmacéuticos. Así, por ejemplo, hay quien achaca al  avance de los genéricos la decisión de las principales multinacionales farmacéuticas de recortar sus áreas de investigación para centrarse en las enfermedades más rentables: aada sale gratis; todo tiene ventajas… e inconvenientes.

Como principio general, los productores son responsables de los daños causados por los defectos de los productos que, respectivamente, fabriquen o importen (art. 135 del RDLeg 1/2007). Salvo que se dé una causa de exoneración –numerus clausus-. Léanse dichas causas y se apreciará que la responsabilidad en este ámbito no se basa estrictamente en la culpabilidad, acentuándose su carácter cuasiobjetivo en el caso de los de medicamentos, alimentos o productos alimentarios destinados al consumo humano (posiblemente, la explicación de este régimen superexcepcional haya que buscarla en el asunto de la colza, a comienzo de los ochenta, y en del contagio de VHC por transfusiones de sangre -vg. STS, 3ª, 23/9/2002-: ¡alguien ha de pagar! o la productora -letra e-  o el Estado -letra d-).
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Artículo 140 del Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes complementarias. Causas de exoneración de la responsabilidad.
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1. El productor no será responsable si prueba:
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a) Que no había puesto en circulación el producto.

b) Que, dadas las circunstancias del caso, es posible presumir que el defecto no existía en el momento en que se puso en circulación el producto.

c) Que el producto no había sido fabricado para la venta o cualquier otra forma de distribución con finalidad económica, ni fabricado, importado, suministrado o distribuido en el marco de una actividad profesional o empresarial.

d) Que el defecto se debió a que el producto fue elaborado conforme a normas imperativas existentes.

e) Que el estado de los conocimientos científicos y técnicos existentes en el momento de la puesta en circulación no permitía apreciar la existencia del defecto.

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2. El productor de una parte integrante de un producto terminado no será responsable si prueba que el defecto es imputable a la concepción del producto al que ha sido incorporado o a las instrucciones dadas por el fabricante de ese producto.
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3. En el caso de medicamentos, alimentos o productos alimentarios destinados al consumo humano, los sujetos responsables, de acuerdo con este capítulo, no podrán invocar la causa de exoneración del apartado 1, letra e).

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😥 Decididamente menos investigación y reconducción de los recursos disponibles a otros sectores -léase servicio- sociosanitarios más rentables: servicios a dependientes, unidades de dolor a domicilio, reeducación de maltratadores y asistencia a víctimas. !Todo cuanto valga para hacer caja! Y de paso, para prestar un servicio a la sociedad… Lógico, ¿verdad? Tu, si pudieras, ¿no harías lo propio?

Suponiendo que algo haya que cambiar, ¿qué tal si comenzáramos cada uno por nosotros mismos?

 

 

DSC03658Luis Miguel Benito de Benito – Domingo, 21 de septiembre de 2014

 

A caballo entre la ciencia y la mántica, la medicina ha ido evolucionando a lo largo de los siglos pretendiendo mostrarse siempre como la ayuda eficaz que recibe quien teme por su vida o padece una dolencia. El instinto de conservación es fuerte. Hacemos lo posible y lo imposible por arañar segundos de vida con calidad a nuestra existencia. Para la mayoría de la gente, la vida biológica es el mayor activo que poseen. Las grandes fortunas ofrecen la mitad de lo que tienen por garantizar un año más a su vida en el ocaso. Pero también quien poco o nada tiene, ofrece en proporción por prolongar su estancia sobre la tierra. Sobre todo, quien está convencido que tras estar sobre la tierra sólo cabe estar debajo de la tierra o mezclado con la materia cósmica.

Por este férreo apego a la vida y a la salud, la medicina ha estado tocada desde siempre de un halo de actividad cuasi sagrada. El origen de la medicina en los chamanes y brujos situaba su actividad en la frontera de lo sacerdotal. Ahora no es muy diferente. No se crean ustedes que por disponer de antibióticos o de microscopios electrónicos y aparatos de resonancia los pacientes dejan de lado el carácter de misterio que irradia alrededor del acto de curar. Quizás, lo más importante que ha irrumpido en el acto médico en los últimos años para modificar y condicionar el acto médico o la relación médico-paciente no tiene nada que ver con la tecnología. Se llama industria farmacéutica, se llaman multinacionales.

En las últimas cinco décadas se ha desarrollado un progresivo interés de la ciencia médica por difundir «la importancia de la prevención», «el peligro que corre usted si no se cuida», «la necesidad imperiosa de hacerse chequeos»,… Paralelamente hemos ido describiendo un cúmulo de enfermedades que antes no existían (vamos, no tenían nombre), sobre todo en el ámbito psiquiátrico. El objetivo era que todo el mundo tenía que tener cuando menos tres o cuatro diagnósticos sobre los que poder (y deber) actuar terapéuticamente.

Además había que alentar la polémica en los foros que enfrentase medicina tradicional y ortodoxa con las medicinas alternativas, acusándose mútuamente de esta fiebre de sobrediagnóstico. Pero lo cierto es que desde todas las disciplinas sanitarias o pseudosanitarias han emanado infinidad de conceptos que se vierten a la red de manera que es prácticamente imposible pasar por encima de ellos sin pensar que «algo de eso me pasa a mí…». Hay que conseguir que el sano se crea enfermo o que quien tiene una dolencia o pesar encuentre un artículo que describa sus síntomas y los etiquete como una enfermedad: ya está fichado.

Algunos lectores del blog han comentado sus sospechas de que efectivamente la industria farmacéutica tiene muchos intereses en que proliferen los «enfermos». Es evidente: lo que ha irrumpido en el acto médico de manera que ahora es la nota predominante es el carácter comercial, el negocio. Puede pensarse que esto es exclusivo de la medicina privada, que en los sistemas públicos no pasa. Pues no, también pasa, y si no véase el problema de prescripción de tratamientos para la hepatitis crónica por virus de la hepatitis C, polémica que ha sido y está siendo muy viva en España por el coste de estos nuevos tratamientos. El ejercicio de la medicina, tanto pública como privada, ya no puede hacerse al margen de consideraciones de tipo económico.

Durante muchos años realicé mi actividad médica como especialista en el ámbito del sistema público español, en diferentes comunidades autónomas, lo cual me permitió analizar el funcionamiento y la eficiencia en los diferentes hospitales. Durante un corto espacio de tiempo, compatibilicé el trabajo en hospitales públicos y privados lo que me sirvió para aguzar las comparaciones (que no son odiosas, son necesarias de cara al benchmarking si se quiere mejorar). Actualmente, casi en su totalidad sólo trabajo en centros privados, a veces concertados, lo cual tiene no pocos inconvenientes pero tiene una gran ventaja: no tengo las manos atadas para ejercer la medicina buscando como fin primordial el bien del paciente. Que lo logre o no dependerá de muchos factores pero he conseguido limitar al máximo las injerencias sobre todo en el campo de la prescripción. Al menos hasta ahora.

Que la actividad sanitaria es un negocio (aparte de que sea o pueda ser otras cosas) eso no cabe duda. Constituye la preocupación primordial de los asuntos sociales hacia los que los gobernantes destinan la mayoría del presupuesto. Y recientemente se ha conocido que un país importante ha multado con cientos de millones de euros a un laboratorio multinacional por sobornar a directivos de hospitales para la compra de sus productos. Se ha conocido lo que se sospecha que sucede desde hace tiempo y sigue sucediendo en todo el planeta. El paciente, desde el punto de vista de las multinacionales farmacéuticas o aseguradoras, no es más que un objeto generador de sus beneficios. Y procuran que de eso se contagien también los médicos. Muchos médicos comenzamos nuestra actividad asistencial con el ideal de «servir a los enfermos», de «curar si es posible o al menos aliviar». Poco a poco se va minando ese sentimiento y cada vez cuesta más preservarlo de la corrosión. Y cuando al fin aflora el recelo, el argumento de «si no te lo van a agradecer», o aún peor «no creas, que detrás del paciente siempre hay un abogado», entonces la tentación de ceder a la visión crematística de la profesión se hace mucho más fuerte, y hasta se encuentra justificación para traicionar la confianza del paciente o bajar la guardia sobre su salud, algo que nunca debe dejar de ser el primer objetivo de nuestra empresa.

Alzar la voz sobre este aspecto, prevenir a la sociedad de este peligro, para algunos puede resultar escandaloso pero a otros no les descubre nada que no supieran o sospecharan. Reiteradamente me hacen preguntas que inciden sobre este tema. Y yo en distintas entradas de este blog he advertido a los lectores sobre la falta de honestidad que puede haber tras algunas preocupaciones de los responsables de salud. Tanto sobre las vacunas y lo que esconden como sobre el afán por cronificar las enfermedades en lugar de curarlas o sobre los costes y beneficios de los tratamientos oncológicos frente a terapias alternativas.

Pero también alzar la voz es arriesgado. Cuando alguien intenta desmarcarse de la línea oficial, del tratamiento que se configura en los congresos internacionales, rápidamente es atacado, ninguneado, anulado. El aparato legislativo se pone en marcha para acallar al disidente, al que propone una forma diferente de enfocar la enfermedad y su tratamiento. Y el rigor y vigor de ese ataque es proporcional, no a lo que se cuestiona sino a las pérdidas económicas que la nueva teoría o paradigma pueda acarrear para el modelo establecido. A una persona que vierte ideas peregrinas pero inofensivas (inofensivas para los intereses comerciales) se le deja seguir adelante con sus teorías que al fin y al cabo son «pintorescas» o «exóticas». Me viene a la cabeza al escribir esto la teoría que vierte un médico japonés sobre su creencia en una enzima prodigiosa que no deja de ser una ocurrencia inverosímil. Pero si alguien propone una teoría que ataca el núcleo de un tratamiento que supone millones de euros, entonces no ha lugar más que al descrédito y la hoguera. No importa que su teoría al aplicarse se muestre cuando menos inocua, máxime si encima resultase ser mejor que la oficial (y más barata).

El médico en su ejercicio se compromete con muchas personas e instituciones pero en primer lugar se debe a su paciente, a cada paciente. No debe dejar que prevalezcan otros intereses espurios sobre el bien del paciente. Y cuando descubre o cree ver que existe una manera mejor de enfocar su problema a como describen los protocolos, siempre y cuando ese nuevo enfoque no sea peligroso,
(bien directamente o bien indirectamente al dejar de recibir otras terapia «probadamente» eficaces) por el bien de su paciente debe poder ofrecérselo. Daré un ejemplo de ello en la próxima entrada, que esta ya se me antoja excesiva. De aquí a la hoguera.

 

Fuente: elmedicotraslaverdad.blogspot.com.es

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