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Cuando estudiaba en Pamplona vi un anuncio en papel de una ostra abierta con dos perlas dentro. Y debajo, el texto que empleo como título de esta entrada. Me vino a la cabeza el anuncio con ocasión de una visita a Valladolid para compartir impresiones con unos delegados de una importante compañía de seguros médicos de salud. Comentaban las diferente maneras de convencer al público de la conveniencia de suscribirse una póliza de seguro médico privado. Analizaban qué es lo que resulta atractivo al potencial cliente, qué puede ser superfluo, o incluso qué cosas interesantes estaba ofreciendo la competencia. Mientras les escuchaba aguardando mi turno, me vino a la cabeza el anuncio de Pamplona y, simultáneamente, un comentario parecido que hizo un paciente al salir de mi consulta, de vuelta a su casa a muchos, muchísimos kilómetros de allí.

Uno de los asistentes abogaba por ofrecer más recursos tecnológicos, más centros asistenciales y dotados de tecnología cara, sofisticada y vanguardista. Disponer de un hospital bien dotado, con tecnología a la última, con una TAC de 24 coronas o medicina nuclear o resonancia,… quirófanos inteligentes o robots Da Vincis, UCIs con telemetría, o mil cacharritos más, podría ser un buen reclamo. De hecho, este tipo de ofrecimientos es muy frecuente oírlo en boca de los políticos en tiempos electorales, prometiendo un hospital en cada barrio, aplaudidos por una enfervorizada masa que ignora que si esa promesa por desgracia se lleva a cabo, va a salir de los bolsillos del contribuyente, no de los del político. Pero qué duda cabe que si una compañía de seguros dispone de un hospital vanguardista como buque insignia, eso constituye un reclamo publicitario de gran impacto. Incluso algunas compañías de seguros sólo ofrecen eso: una buena jaula con escasos pájaros.

Como somos muy dados a criticar la actuación de los demás sin aplicarnos qué hay de ello en nuestro terreno, pensé en el uso que personalmente hago de la tecnología sanitaria en mi práctica clínica diaria. No empleo, creo yo, herramientas excesivamente caras y vanguardistas. No soy de los que me gusta tener enseguida el último cacharrito que ha sacado la ciencia. Sí se me van los ojos con algunos avances que pretendo incorporar en breve para mis pacientes. Ahora me digo, por ejemplo: «los próximos 6000 euros que pueda invertir, me compro un equipo de insuflación de CO2 para las endoscopias». Porque veo que constituye una gran ventaja en el despertar de los pacientes que, tras la colonoscopia, tienen dificultad para expulsar los gases y presentan gran dolor. Sin embargo, aunque hay equipos de endoscopia con una óptica mejorada respecto a los que uso, considero que la calidad de los que empleo es suficiente para hacer un buen trabajo. Como mi móvil, no es ni mucho menos un iphone de última generación pero vale bien para su función. En estas reflexiones estaban cuando me llamaron al escenario en Valladolid.

Un buque insignia viste mucho. Pero vale una pasta, hacerlo y mantenerlo. ¿Dónde está la calidad, el incremento de valor, el trato diferencial, la distinción? Todo cuenta, sin duda. Si vamos a un restaurante importa el trato, la higiene, la vajilla, la cadencia de los platos, los aseos, los asientos, la luz, el olor, la indumentaria del personal, los manteles o la mesa, la puntualidad, el precio,… pero sobre todo importa la comida, lo que se come y cómo está preparado, su calidad y buen hacer. Si consideramos la medicina como un producto (no olvidemos que en aquella reunión el protagonismo estaba en la esfera comercial), también todos los factores son importantes, luz, ambiente, trato, puntualidad, comodidad, claridad,…pero aquí lo fundamental es que la información que se obtenga sea acertada para restablecer pronto y bien la salud. Y no es precisamente falta de información lo que los pacientes aportan a la consulta: acuden con una pila de datos, de pruebas, de tratamientos prescritos, de noticias del Dr. Google y de la vecina del segundo que se documenta fielmente cada semana con la prensa del corazón. Los pacientes no acuden a otro centro sanitario para que les repitan pruebas que les han hecho en otros centros so capa de que «aquí tenemos tecnología más avanzada», que en realidad esconde la necesidad de amortizar los equipos y de hacer caja. Puede ser que en ocasiones convenga repetir alguna exploración o analítica porque no quedó clara o salen resultados controvertidos o contradictorios. Pero en general se abusa de hacer y hacer pruebas sin verdadera necesidad médica. Esa es mi experiencia. En parte se explica porque es más sencillo quitarse de encima al paciente pidiéndole la enésima TAC que entreteniéndose en ver la pila de pruebas que aporta realizadas al efecto.

La tecnología, los aparatitos, están bien, molan, pero son un parapeto a la indecisión y a menudo, a la ignorancia. Muchas veces ante la petición de una prueba hay que preguntar a quien la pide ¿qué buscas? Porque para quien no sabe dónde va, no existe viento favorable. La tecnología, los aparatos, los medicamentos sofisticados, están sujetos a una muy rápida obsolescencia. Se invierte en tecnología que se jubila enseguida sin haber tenido tiempo para amortizarla. Y el conocimiento, la herramienta más poderosa en el diagnóstico, se atrofia. Es lo que tiene este devenir caótico que crea departamentos de Recursos Humanos sin caer en la cuenta que el ser humano no es un recurso sino un generador de recursos. La inversión más importante de cualquier empresa está en la calidad científica y ética de su personal. Porque mientras las máquinas se oxidan, el tiempo aquilata el conocimiento.

El toque de calidad y la distinción está en saber definir, que se dice en el argot futbolístico y en la segunda acepción de la RAE. El dato diferencial lo da quien, con la información disponible y sin requerir más pruebas y sin dilación, es capaz de emitir un juicio clínico tras hacer un diagnóstico diferencial exhaustivo de lo que el paciente puede tener. No se trata de «marear la perdiz» sino de saber exponer con claridad (y caridad) y concisión lo que el paciente tiene -o no tiene- aclarándole sus dudas en lugar de dejarle sumido en ellas. Ser capaz de hacer una síntesis de lo que el paciente tiene, enfocar de manera clara y plausible la razón de sus males y sus posibles soluciones, es lo que hace decir a los pacientes que salen de la consulta: merecía la pena venir. Ha sido mucho más de lo esperado.

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