qué-es-la-felicidadCuando un profano en física contempla la ecuación más conocida de Einstein E=mcy la ve así, tan simple y a la vez tan rotunda y elegante, ignora todo el desarrollo que hay para llegar a ella, plagado de ecuaciones diferenciales e integrales. Contempla la conclusión sin conocer el enorme trabajo que ha costado sintetizarla. Algo análogo suele suceder para explicar lo más simple. A menudo hace falta emplear un complejo entramado de circunloquios, argumentos y ejemplos. Tras un concepto tan universal como «felicidad» sobre el que nos pronunciamos todos los seres humanos, se esconden profundos debates. Todo el mundo quiere ser feliz y al mismo tiempo no todo el mundo entiende lo mismo por qué es ser feliz.

En mi profesión he tenido pacientes de muy diferentes categorías sociales, de culturas y razas muy diversas, de condición cultural o económica muy dispar. El análisis de las aspiraciones de cada persona que ha pasado por mi consulta me ha permitido extraer algunos conceptos comunes para tratar de esclarecer qué es lo que los seres humanos entendemos por felicidad. En ocasiones resulta más sencillo aproximarse al término diciendo lo que no es (como hacen los teólogos cuando tratan de hablar de lo que es Dios diciendo lo que no es), pero con esta estrategia no he visto que se llegue a conclusiones provechosas.

Con el deseo de ser práctico en este pantanoso terreno sobre el que han corrido ríos de tinta voy a esquematizar:

– sobre la idea de que el dinero no hace la felicidad pero ayuda a conseguirla, pulula el sentimiento mayoritario de que quien tiene sus necesidades materiales cubiertas tiene menos preocupaciones y puede ser más feliz. Claro, las penas con pan son menos. Pero apelando de nuevo a mi consulta, debo manifestar que los más infelices que han pasado por ella han sido gente muy pero que muy adinerada. Y uno falto de recursos económicos se escandaliza y piensa cómo una persona henchida de dinero puede ser infeliz. Le resulta tan absurdo como dar crédito a la depresión endógena de otro.

– vemos individuos sencillos y a veces primarios, que se nos antojan simplones, y van sonrientes y despreocupados por la vida. Podemos pensar que viven ajenos a los «verdaderos problemas», que son muy superficiales o tienen una vida escasamente complicada. Y mientras les despreciamos culturalmente queda en nuestro interior pululando la idea de si de verdad merece la pena preocuparse por los «verdaderos problemas». Es la Oda de Homero a la vida retirada, Beatus ille… Sí, quizás nuestro mundo moderno nos ha complicado un poco eso de la felicidad.

– la modernidad ciertamente ha traído numerosos avances técnicos pero ha hipertrofiado la existencia biológica de manera que algo que parecía claro e indiscutible al ser humano, su carácter finito y mortal, y se vivía como una parte inherente a la existencia, ahora es algo que repugna, antinatural. La vejez y la decrepitud son males contra los que el hombre moderno debe rebelarse. Hay que combatir el envejecimiento y buscar la eterna juventud. Esta lucha por la persistencia biológica genera una angustia y agonía permanente, no sólo en el ocaso de la vida sino siempre que se ve remotamente amenazada: es imposible ser feliz en la enfermedad. Ni tampoco en la hipocondria.

Con el horizonte de la muerte tarde o temprano, ¿se puede ser realmente feliz? Pues si cabe ser feliz ha de ser precisamente en este periodo porque para serlo luego, o aspirar a serlo luego, hay que tener fe. Fe en la vida eterna. Pero eso es algo que no todo el mundo tiene. Creer o no creer en que haya algo o alguien más allá de la muerte es una cuestión de fe. Alguno dirá en plan práctico: «vale pues como quiero ser feliz y eso sólo lo consigo sabiendo que hay un más allá del acá, hago petición de principio y me lo creo, porque si no voy a vivir angustiado». La fe no es una opción psicológica. Pero con independencia de que haya o no algo más allá, prescindiendo de ello ¿en esta vida se puede ser feliz? «Dime que sí porque si es que no, me deprimo». Pues sí, cabe ser feliz, muy feliz,…siempre y cuando definamos dos términos. Y me hallaba yo escribiendo esto cuando surgió un profesional de Google, Mo Gawdat, que, fruto de una tragedia familiar y de un gran sufrimiento expresó una ecuación de felicidad que se parece mucho a la que estaba yo pergeñando. Su reflexión es la siguiente:

La felicidad es la diferencia entre la manera en que un individuo ve los acontecimientos de su vida y su expectativa de cómo debería ser su vida.
 

Coincido en pensar que la felicidad es una adecuación entre lo que recibe y lo que espera de la vida. Si una persona espera más (dinero, seguridad, amor, afecto, reconocimiento,…) y recibe menos, se siente defraudado. Por el contrario si sus expectativas son más modestas, todo lo que reciba le parecerá extraordinario, nada le parecerá demasiado. Entonces ¿es que hemos de ser poco ambiciosos? La ambición puede ser acicate para la superación pero muchas veces se convierte en un pozo sin fondo que no satisface por mucho que se llene. En medio de la pasión nos consume el deseo. Y por más seguridad que nos den, al final quedan muchos cabos sin atar. La felicidad está en colmar la medida de lo que uno es y aceptar de buen grado que no se llega a todo. No preocuparse por lo que uno no puede controlar. Lo que la sociedad actual incentiva no es lo que uno es realmente sino lo que te hacen creer que debes ser… porque de lo contrario eres un ser fracasado. En la génesis de este pensamiento se fraguan depresiones y amarguras que impiden ver lo que uno es en realidad. El nosce te ipsum está más de moda que nunca. Y el equilibrio vuelve a ser la tónica que regula la vida.

Fuente: elmedicotraslaverdad.blogspot.com.es

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