Para tener un lugar donde vivir no hace falta entramparse con el banco por treinta años. Pero aquí, el que vivía de alquiler, ¿se acuerdan?, estaba tirando el dinero…

Cuando tocas una tecla, palías un problema pero probablemente creas otro… si usted pacta con el banco que, en caso de no poder asumir las letras, entrega las llaves y se acabó, el banco le cobrará una comisión más alta

 

Madrid, 12 de Noviembre de 2012Carlos Alsina

 

Un país en el que siempre nos faltó -y la crisis ha venido a recordárnoslo de forma abrupta- conocimiento de las cuestiones económicas más simples, o eso que algunos llaman “cultura financiera”. Los medios de comunicación, los periodistas, comentamos como si fuera meritorio lo mucho que hemos aprendido en esta crisis: antes no sabíamos de qué iba eso de la prima de riesgo y ahora somos capaces de hacer tertulias enteras sobre el mercado secundario y el bono alemán. Guau. ¡Qué hachas! Todo esto que sabemos ahora… ¿no es exactamente lo mismo que, durante años, hemos ignorado? Si no sabíamos lo de la prima, ¿sabíamos acaso que el Estado, como las personas, pide prestado, que vive a crédito, y que el crédito consiste en que te prestan un dinero que tú te comprometes a devolver, con los correspondientes intereses, en un plazo de tiempo determinado?

Un país con escasa cultura financiera en el que tener casa en propiedad siempre se vio como el punto de partida para formar una familia y empezar una vida en serio. Recién casados y recién hipotecados. Eso era lo normal. Iniciar una vida independiente, de personas emancipadas, pero habiendo firmado un contrato -una atadura- para veinte o veinticinco años (¡treinta años!) con el banco. Y con los padres de avalistas: su piso en propiedad también formaba parte de la jugada.

Esta mañana llamó un oyente a Herrera para decirle: oiga, es verdad que nadie nos puso una pistola en la sien para pedir la hipoteca, pero en algún sitio tenemos que vivir. Es una reflexión muy de España. Para tener un lugar donde vivir no hace falta entramparse con el banco por treinta años. Pero aquí, el que vivía de alquiler, ¿se acuerdan?, estaba tirando el dinero. Porque, además, las hipotecas estaban baratas -baratísimas, oiga, que casi las regalan- y te daban el noventa por ciento de la tasación y cuarenta años, en lugar de treinta, para pagarla. ¿Para pagar la casa? No, para pagar el crédito, principal más intereses, el dinero que te prestaron.

Ah, quien te lo prestó dice: oye, conocías todas las condiciones, están en el contrato. En efecto, las condiciones estaban por escrito. Y el tomador del préstamo las firmó. Eso no significa, seamos sinceros, que las conociera. No exime del cumplimiento, obviamente, está escrito y está firmado. Pero, qué porcentaje de familias que han pasado por el notario se plantearon uno a uno todos los posibles escenarios contemplados en ese contrato, a quién, cuando pedía la hipoteca, se le ocurría pensar que pudiera perder su empleo pasados, digamos, quince años, y en qué situación quedaría entonces. Pongo a los notarios por testigos: a nadie. Por supuesto, el notario preguntó “son ustedes conscientes de lo que están firmando” y por supuesto los tomadores respondimos “por supuesto, por supuesto”.

No le dimos más importancia, ¿a que no? Si no se la dio el notario a ver por qué íbamos a dársela nosotros. Lo importante era la cuenta que habíamos echado: cuánto nos sale de letra al mes, cuánto ganamos, sí podemos permitírnoslo. Después de todo, la casa es nuestra. Si la cosa va mal siempre podemos venderla. Y como es una casa, cuanto más tiempo pase, más valdrá. Claro, claro, siempre fue así. Por qué íbamos a pensar que algún pudiera ser al revés, que cada día que pasara la casa valiera menos; que nos pudiéramos quedar sin trabajo, con lo sólida y lo potente que parecía aquella empresa; que aun entregándole la casa al banco -es una forma de hablar, viene el banco y se la queda- nos quedara deuda pendiente por resolver, porque no era la casa lo que nos prestó el banco, ahora lo recordamos, sino el dinero para comprarla.

Va a ser verdad que la España que salga de esta crisis -porque alguna vez saldremos- será un país distinto al que fue. Con mayor conocimiento de cómo funciona la cosa financiera y con mayor cautela antes de firmar determinados contratos. Hemos sido un país de compradores de pisos, de propietarios, pero también un país con la menor morosidad de nuestro entorno. El pago de la letra, en las familias españolas, ha sido sagrado. Seguramente habrá algún listo, algún espabilado, que aproveche las reformas legales que ahora se impulsan para intentar escaquearse de cumplir, pero mucho habría tenido que cambiar la sociedad para que ese comportamiento fuera mayoritario. Somos de tener casa en propiedad pero también de pagarla religiosamente, téngalo en consideración nuestros bancos.

Quien deja de pagar la letra es, en la abrumadora mayoría de los casos, porque honradamente no puede. Si la casa que deja de pagar es la segunda residencia que se compró en la Costa del Sol porque parecía una inversión segura, será difícil que alguien lo considere un problema social. Si lo que deja de pagar es el local que adquirió para su comercio, tampoco será fácil que alguien lo llame drama personal, aunque para esa persona lo sea. Los casos que han despertado la preocupación social y la iniciativa de los grupos políticos minoritarios -sólo ahora se han sumado PP y PSOE- son aquéllos en que la familia hipotecada deja de pagar la letra de su única vivienda porque se ha quedado sin ingresos suficientes para hacerlo, casi siempre como consecuencia del paro. Familias cuya situación laboral y económica ha cambiado al verse golpeadas por la crisis.

Cuando firmaron la hipoteca, sus circunstancias y su horizonte eran unos y por culpa de la crisis ahora son otros. Es a estas familias a las que se entiende que hay que darles tiempo para que puedan salir del hoyo en el que ahora están sin perder su casa por el camino. Dado que la causa de su situación es una recesión económica que nadie oculta, adáptense las condiciones a ese contexto sobrevenido. Dices: pero lo que firmaron está firmado. Cierto. Como estaba firmado que los tenedores de preferentes cobrarían cada tres meses su cupón hasta que el banco en apuros dejó de abonarlo; como estaba firmado que Grecia devolvería todo lo que sus acreedores le habían prestado hasta que se aprobó una quita que redujo considerablemente la deuda.

Es decir, que el hecho de que se atiendan situaciones concretas revisando las condiciones y permitiendo que se incumplan determinados compromisos no debería ser visto como la voladura incontrolada de la seguridad jurídica, puesto que han sido muchas las normas que en esta crisis se han ido modificando para afrontar situaciones no previstas que son consecuencia de la recesión, incluidas muchas normas que afectan al propio sistema bancario. Sería ingenuo, en todo caso, negar que existen contraindicaciones en estas reformas que ahora se plantean, como ocurre en casi todo.

Cuando tocas una tecla, palías un problema pero probablemente creas otro. El acceso a crédito se va a endurecer aún más. Si el banco tiene menos garantías de que va a poder ejecutar los avales en caso de impago, exigirá más condiciones y encarecerá el interés que cobra por el dinero prestado. Como pasa con la dación en pago. En España ya existe la dación en pago, siempre ha existido. Pero si usted pacta con el banco que, en caso de no poder asumir las letras, entrega las llaves y se acabó, el banco le cobrará una comisión más alta. Se puede hacer, pero a usted le sale más caro. Y cuando usted está firmando una hipoteca, volvemos al principio, no se le ocurre pensar que puede quedarse sin empleo dentro de quince años, ¿verdad?

 

Fuente: OndaCero.es

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