• LUCÍA MÉNDEZ

ANTONIO HEREDIA
ANTONIO HEREDIA
Ha vivido usted en Estados Unidos los últimos años. ¿Qué juicio le merecen los primeros meses de la era Trump?
Tengo claro que no podrá doblegar a los mecanismos de control de la democracia americana. La estructura a la que se enfrenta es muy pesada. El poder judicial, la prensa que le tiene atado en corto, el Congreso, su propio partido, los estados, el FBI, la Fed… No lo va a poder controlar, ya lo estamos viendo. Y se ha dado de bruces con todo el orden internacional. Va a decepcionar a sus votantes subempleados, parados o trabajadores pobres, porque las políticas que asoman agravarán la erosión de las clases medias, y no mejorarán sus condiciones de vida.

 

¿Cómo ha encontrado a España?
España es un país contradictorio. Por una parte, es una de las economías más importantes del mundo, con empresas líderes en sectores clave. Pero le falta modernidad y «globalidad». España tiene todavía una sociedad demasiado gerontocrática, masculina y poco meritocrática. Y hay multitud de instituciones que necesitan de forma urgente ser regeneradas. No sólo nuestros partidos políticos, que sufren la lacra de la corrupción en parte por su falta de transparencia y de meritocracia, sino también nuestras universidades públicas, reales academias, fundaciones y, no se debe olvidar, gran parte del sector privado.

 

Es decir, las élites. Usted ha teorizado que estamos en una era anti-élites.
Se trata de una tendencia de fondo muy clara. Existe la sensación de que hay una captura del sistema por parte de las élites. Eso, junto a la desigualdad y el pesimismo sobre el futuro, ha producido un movimiento anti-establishment que se traduce en votar contra los que representan la estructura que ha fracasado en garantizar la equidad del sistema. Es la forma en la que se manifiestan los votantes de Trump, del Brexit, de Le Pen o de otros movimientos políticos, como Podemos en España o Cinco Estrellas en Italia.

 

¿Han hecho algo mal las élites para producir ese rechazo?
Un error que han cometido es descalificar con etiquetas denigrantes a los votantes que optan por los movimientos nuevos o radicales. Hillary Clinton calificó como «deplorables» a los votantes de Trump. Y en España a los movimientos de protesta se les llamó «perroflautas». Las élites han fracasado clamorosamente en entender lo que les ha pasado a sus clases medias. Y estamos pagando las consecuencias de ello. No le puedes pedir a la gente que entienda asuntos complejos. ¿Salirse de la UE es malo? Es malo. Pero las élites han hecho una labor pésima para explicar por qué es bueno seguir en ella. Así, la gente impugna la totalidad del sistema, y este proceso puede terminar por producir el colapso del orden liberal.

 

¿Cuáles son, a su juicio, las causas por las que se produce esta impugnación del orden liberal?
Hay una realidad muy grave detrás de ese malestar. Los datos empíricos demuestran que desde los años 70 del siglo pasado se ha producido una fractura del contrato social que sostenía el orden democrático, y que esta quiebra se ha acelerado por la crisis. No es un accidente económico. En 2015, por primera vez el top del 1% de la población mundial ha pasado a tener más riqueza que el 99% restante. Hay gente que cree que siguiendo la política rutinaria los problemas se van a resolver, mi tesis es que esa divergencia es real. En algunos países estamos a niveles de los años 20 en cuanto a desigualdad.

 

¿Podemos aprender algo de la Historia?
Sí. La Historia nos dice que cuando el cambio no es incremental, sino sustancial, la quiebra del contrato social da lugar a un precariado que se radicaliza y provoca una convulsión política en el sistema. Lo estamos viendo en muchos países. El orden liberal, el libre comercio, son procesos complejos, viven y dependen de que haya un nivel de confianza entre el representante y el representado. Si tú cortas esa confianza, el orden se cae como un castillo de naipes. Los ciudadanos están a favor del libre comercio porque sus representantes políticos les dicen que es bueno. Confían. Pero si a nivel particular los beneficios no les llegan, acabarán creyendo que les mienten y que la globalización no es buena.

 

¿Y es buena? Prácticamente nadie la cuestiona, aunque los perdedores de la globalización parecen una nueva categoría social.
La globalización es buenísima, una auténtica maravilla de generación de riqueza en el agregado histórico. Hay una gráfica definitiva en la Historia de la humanidad desde el año I. Hemos tenido 1.800 años de desarrollo lineal y en los dos últimos siglos, el orden liberal ha producido todo el desarrollo de la Historia. Pero tenemos un problema de distribución y de equidad que es necesario abordar con urgencia. Yo encuentro en nuestra época mucha rigidez en la aceptación de que hay que construir un nuevo contrato social.

 

¿A qué atribuye esa rigidez?
Hay muchos factores. La falta de reconocimiento de la realidad, el error en el diagnóstico, la arrogancia. Cuánta más ciencia política estudio, más creo que los cuerpos políticos se mueven siempre a través del dolor, no les puedes pedir sabiduría para adelantarse a los acontecimientos, ni ilustración, tiene que manifestarse el descontento para que reaccionen. Las instituciones no están respondiendo a los problemas porque necesitan altos niveles de dolor, ya sea económico o político, para reaccionar, si no, no escuchan.

 

Ya les están gritando a través del voto a opciones populistas.
Yo no comparto en absoluto la agenda del populismo. Pero cuando me pregunto si es bueno o malo que haya surgido, creo que cumple una función, que es insertar las cuestiones en la agenda política. Hace abrir los ojos porque por lo menos asusta. La cultura empresarial está diseñada para maximizar beneficios y el acceso al capital, pero también debe tener un rol social. Encuentro posiciones rígidas en las instituciones y en algunos colegas y amigos a los que les digo que si siguen actuando así, el resultado puede ser un Gobierno de Podemos que les va a meter un montón de impuestos y que puede expropiar empresas. Mi preocupación es que esos movimientos como Podemos o Cinco Estrellas tienen agendas antiliberales que son máquinas de destruir riqueza y equidad. Necesitamos una acción colectiva para evitar males mayores.

 

¿Y en qué consistiría ese nuevo contrato social?
Va a tener que abordar por lo menos cuatro cuestiones fundamentales: transformación del modelo educativo, reforma de las fuentes de ingreso del Estado, nuevas políticas sociales, y un cambio en el rol de las empresas. Nuestros instrumentos fiscales gravan demasiado las rentas del trabajo. Por eso hay desesperación en las clases trabajadoras. No hacen más que pagar impuestos, ganan menos y aumenta la precariedad. Hay que reducir impuestos sobre trabajo, y transformar los mecanismos redistributivos para introducir algún tipo de renta básica.

 

¿Es posible en España algún tipo de renta básica? Las autoridades la rechazan.
España está a punto de recuperar su nivel de PIB precrisis y, sin embargo, hay que fijarse en los niveles de desempleo y precariedad. Me sorprende la paciencia con los datos que hay. Con ganancias en productividad ya no se garantiza prosperidad para la mayoría. Estamos ante una transformación del modelo productivo que hay que atender. Ni siquiera sabemos qué tipo de trabajos habrá dentro de 20 ó 30 años. Según los últimos estudios, el 40% de los empleos están en riesgo como consecuencia de la automatización. Merece la pena hacer un esfuerzo por estudiar las distintas posibilidades. Yo creo que de aquí a 30 años vamos a tener empleos nuevos y mecanismos distributivos importantes que ahora no tenemos y que se considerarán derechos tan incuestionables como la Sanidad o la Educación.

 

Empleos nuevos ¿cómo cuales?
Lo estamos estudiando. A lo mejor tenemos que idear empleos desligados de la producción de bienes y servicios, vinculados a la gestión de eventos, redes sociales, trabajos creativos que requieran empatía y capacidades artísticas. Por eso es tan relevante la reforma de la Educación. Deberían ganar mucho peso en nuestros programas educativos las llamadas «habilidades transferibles» como la creatividad, la gestión de la diversidad, la capacidad analítica, el liderazgo de equipos o la comunicación.

 

¿Por qué está tan seguro de la inevitabilidad de los cambios? No hay muchas señales de ello.
Porque es lo único que garantiza estabilidad política y social. La analogía con el final del XIX y principios del XX es muy clara. Después de la Revolución Industrial, surgió el proletariado, una nueva clase económica que se empezó a manifestar políticamente. Se produjo también una fractura del contrato social, una convulsión y en los años 40 un nuevo contrato social. El aspecto político del nuevo contrato fue la extensión del sufragio. El aspecto económico, un impuesto sobre las rentas y servicios públicos como la sanidad y la educación. Si tú a un inglés de principios de siglo le dices: ‘oye, tenemos un problema con el proletariado. ¿Crees que deberíamos gravar las rentas del trabajo y el impuesto de sociedades para financiar la sanidad o la educación?’, te hubiera dicho que ésa era la agenda de los bolcheviques. Hoy nos parece impensable no tener esos derechos.

 

¿Cómo analiza las transformaciones políticas que está provocando la crisis en las democracias?
El malestar ha producido una corriente de fondo preocupante. El porcentaje de personas que creen esencial vivir en una democracia ha caído estrepitosamente, en Estados Unidos y en Europa. Empieza a haber colectivos a los que les gustan las personalidades autoritarias, como Trump. Por otro lado, estudiando el caso de los países latinoamericanos, se puede comprobar que cuando la desigualdad alcanza un cierto nivel y aumenta la sensación de captura del sistema por parte de las élites, la dialéctica izquierda-derecha se transforma en populismos antiliberales-liberales cosmopolitas. El mapa político vuela por los aires y hasta que se vuelve a configurar hay un montón de partidos a los que le parte por la mitad. Algunas de sus bases se van al populismo.

 

Eso es lo que les está pasando a los partidos socialistas europeos, según parece, incluido el PSOE
A la socialdemocracia europea esta convulsión la ha partido por la mitad. Y no entiendo por qué no ha cuajado una alternativa de centro-izquierda. Creo que ahí hay un espacio natural que desde la defensa del libre mercado defienda las reformas necesarias en materia de equidad y solidaridad.

 

¿La victoria de Macron es la vacuna definitiva para los populismos?
No nos podemos confiar, el problema no se ha acabado con Macron. Los jóvenes han votado mucho más a Mélenchon y a Le Pen que al nuevo presidente.

 

La brecha generacional en el voto es muy acusada también en España.
Los jóvenes son los que sufren la precariedad. Si el peso de las rentas de capital es muy grande -como ahora-, la gente joven es la que se ve perjudicada, porque ellos tienen todo el tiempo del mundo, pero lo que no tienen es capital. Les metemos en una trampa en la que son incapaces de ascender en la escalera social. La posibilidad de que un hijo acabe ganando un sueldo mayor que el de sus padres se ha desplomado en los países desarrollados. Y eso es políticamente muy tóxico.

 

Otro de los debates de esta crisis es democracia plebiscitaria versus democracia representativa.
La democracia liberal es un equilibrio entre esas dos tendencias. Un diálogo de arriba a abajo. Debe contar con la participación amplia de los ciudadanos y con una cierta tecnocracia en los puestos de decisión que gobierne la complejidad. Si se rompe ese equilibrio, tienes unos partidos que no responden a las necesidades de la gente, o tienes un sistema plebiscitario que no responde a la complejidad de las políticas públicas y de la gobernanza.

 

Hay una discusión en España sobre si son adecuadas las primarias para elegir a los líderes de los partidos, puesto que producen muchas tensiones.
Creo que las primarias son positivas porque te permiten rendir cuentas -elemento imprescindible en la democracia- y al mismo tiempo conectar el liderazgo con las bases.

Fuente: elmundo.es

 

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