Chimo Serrano entró en una joyería en busca de un reloj de oro para su padre y lo que allí encontró fue el amor de Sarah Guazo, entonces dependienta y hoy su mujer. La relación ha vivido altibajos. «Los dos tenemos bastante personalidad -explica él-, pero aquí seguimos. Justo ahora estamos en un renacer»

  • MARÍA JOSÉ CARCHANO | VALENCIA

chimo-serrano (1)Son las cinco de la tarde de un viernes y Chimo Serrano está sentado en la terraza de su ático en Botánico Cavanilles disfrutando de la magnífica vista de Viveros, fumándose un puro y tomando una copa de coñac mientras escucha música, una de sus pasiones. Pero Chimo Serrano, notario de profesión, humanista de vocación, tiene muchas otras aficiones, entre ellas la fotografía, que le ha llevado incluso a exponer en galerías de medio mundo, además de un amor desmedido por el arte y una querencia insistente por la buena vida. Lo cuenta con esa voz medio cascada y una energía apenas contenida, perpetrado tras unas gafas de sol, quien fuera además miembro del consejo de administración del Valencia. Adentro, un salón decorado con un exquisito gusto y donde las paredes están atestadas de libros, muchos de derecho, pero la mayoría versados en arte y arquitectura.

-Le veo muy tranquilo, disfrutando de la buena vida.

-Para mí volver a casa es el mejor momento del día, porque tengo una familia de la que estoy muy contento y siempre hay temas de discusión, de debate, cosas de las que hablar, alegrías y penas. La mayoría de los días surge alguna actividad, ir a una exposición, cenar fuera. Procuro que mi vida sea poco monótona, y variar de hábitos.

 

-¿Se considera un sibarita?

-Creo que serlo es una virtud, aunque en la época que atravesamos representa un concepto algo relativo. No se trata de hacer ostentación y grandes desembolsos, con lo que en alguna época he podido sentirme identificado. Para mí la buena vida es estar aquí sentado, con esta vista. Busco la alegría, porque las cosas que dan pena ya vienen solas.

Su mujer, Sarah Guazo, sale a la terraza y saluda. Se excusa, va a dormir la siesta, se ha levantado muy temprano para ir a trabajar y esa noche tienen cena. «Vamos a probar un restaurante que está de moda, Fierro, y que todavía no conocemos».

-Sarah parece encantadora.

-Gracias, se lo diré en su nombre. Los niños también, yo soy la oveja negra (ríe). Tengo tres, ya mayores, uno en Madrid, otra en París y el pequeño vive ahora aquí aunque ha residido en Estados Unidos mucho tiempo. Somos una familia muy unida aunque estemos cada uno en un lugar del mundo. Una de las cosas que he querido enseñarles es el placer por viajar. En vez de que hereden un piso prefiero dejarles un bagaje de viajes que es una cultura impagable. Y ahora no paran.

-¿Qué más les ha dejado en herencia?

-Tienen todos mucho genio y bastantes principios y valores, que parece que actualmente es algo sin importancia. Aquí es difícil que alguien mienta; decir la verdad va por delante, y también ser honrados y valientes.

-¿Qué es ser valiente?

-Tenemos muchos lemas adquiridos con el tiempo en esta familia y uno es que un Serrano nunca se rinde. La perseverancia es una de las madres del éxito en esta vida si la persigues y la trabajas, esa famosa cultura del esfuerzo. A mí nadie me ha regalado nada pero me han puesto los medios para conseguirlo. Es lo que he hecho con mis hijos. No puedes darles las cosas hechas porque generas inútiles. Cuando tú luchas en la vida por lo que deseas, si no lo consigues estarás satisfecho de haberlo intentado. Nada llueve del cielo.

-Usted es notario. Aprobar las oposiciones requiere un esfuerzo muy importante. Brutal incluso.

-Yo no lo definiría así. Para mí el secreto es luchar. Casi todo el mundo que acaba Derecho y decide presentarse a unas oposiciones puede aprobar. Tal vez ese día estés nervioso, o enfermo, pero si tienes un puntito de suerte, que se busca también, no te va a ir mal. Yo se lo digo a la gente joven cuando te insisten en que no van a ser capaces.

-Pero es que usted aprobó a la primera.

-Hubo amigos que probablemente estaban más preparados, pero yo es que tengo mucha cara dura. Ante las situaciones y momentos complicados siempre he mostrado mucha entereza. Se lo debo también a Eduardo Llagaria, que era el mejor preparador notarial que había en España.

-Si le digo la verdad, no tiene usted el perfil de notario que podríamos imaginar. ¿Qué le encaminó hacia el Derecho?

-En realidad mi vocación ha sido siempre la arquitectura, pero entonces estudiar la carrera en la Politécnica era inhumano, quien sacaba un tres ya era un genio. Eso hace que respete enormemente a los arquitectos. Y lo dejé. Pero todas las casas en las que he vivido, la notaría, las he diseñado yo. A mí Derecho me vino muy bien y me hizo madurar mucho. Elegí esa carrera porque tenía muchos amigos -otra de las cosas que considero más valiosas- que estudiaban allí. Como carecía de antecedentes jurídicos en la familia, decidí hacer oposiciones. Otra vez los amigos, fueron decisivos. En este caso Ana Julia Roselló. Pensé: si ella puede, yo también. Me salió bien. Y ahora tengo una gran vocación notarial.

-¿Encontró otra vocación?

-En ese sentido me considero un hombre humanista. Tengo muchas vocaciones, cuantas más cosas te provoquen satisfacción más alternativas hay a tu alcance. A mí me gusta mucho el arte, desde siempre he dibujado. Mi primera mujer, que ya falleció, Marisa Casaldúa, fue una grandísima artista. De hecho, el Centro del Carmen le hizo una retrospectiva el año pasado. Hago fotografías, afición que me satisface muchísimo. Y otra vocación es la jurídica, porque los notarios estamos muy cerca de las personas y podemos ayudarles. De hecho estoy muy contento con mi trabajo, voy todos los días encantado. El problema es que antes había mucho que hacer y llevamos años con pocos clientes.

-¿Ha llegado a estar con los brazos cruzados en los últimos tiempos?

-Sí. Resulta desesperante no tener nada que hacer. Ahora parece que la situación empieza a reavivarse, aunque sea a nivel psicológico. Al menos hay un ambiente bastante optimista. Cuando cojamos carrerilla, como comunidad, nos pondremos por delante, como siempre ha ocurrido. Pero es que, claro, estamos tan mal porque nos maltratan.

-¿Lo cree así?

-La financiación, los presupuestos, son absolutamente injustísimos. Aquí todo nos lo hemos de pagar nosotros mismos, quizás porque tenemos fama de apañarnos solos. Lo de las comunicaciones, por ejemplo, es una vergüenza. Yo he dejado de ir en tren en Castellón porque llevamos años sufriendo retrasos, total por una obra que ni siquiera es un AVE como debería ser, que nos comunicara con Europa. Estamos muy maltratados.

-Sin embargo le veo una pulsera con la bandera española.

-Es que yo me siento muy valenciano y muy español. Lo más patente que tenemos es nuestro himno, ‘para ofrendar nuevas glorias a España’. A mí se me caen las lágrimas. Soy muy fallero, de Pizarro, y ahí cantamos el himno todas las noches. Es muy emocionante.

-Ser fallero es desde luego un rasgo muy valenciano. ¿Tiene más?

-Muchos, pero también aragoneses. La familia de mi madre era de un pueblecito de Teruel que se llama Monreal del Campo, donde pasábamos largas temporadas. Allí aprendí mucho, para bien y para mal. Son muy generosos, nobles y fieles, y también cabezones. Nosotros somos más festivos, pero menos solidarios. Aquí unir a la gente es prácticamente imposible, no hay ninguna comunidad donde todos estén de acuerdo, ni siquiera la de la escalera. Pero en cambio nos revelamos emprendedores, imaginativos. Hay que echarle huevos para ir a vender naranjas a Francia en un carro.

-Una madre con raíces aragonesas. ¿Y su padre? ¿A qué se dedicaba?

-Tenía una tienda que se llamaba ‘Las Rosas’, en la calle Los Derechos, y que sale en las novelas de Blasco Ibáñez. He pasado muchos momentos en el barrio. De hecho mi primera falla fue la del Doctor Collado. Pero me he criado en el entorno de Blasco Ibáñez, en los Escolapios, la facultad, la Alameda, y ahora frente a Viveros.

-¿Cómo era él?

-Mi padre era un tío muy espabilado, con mucha cultura pero hecho a sí mismo. En aquella época tus hijos debían tener una carrera sí o sí y la verdad es que hubo suerte porque salimos más o menos estudiosos. Con un hijo notario y otro médico estaba muy orgulloso de nosotros. Ya falleció. Le quería mucho, quizás además porque era un clon suyo.

-La muerte de los seres queridos son los momentos más duros que tiene que vivir cualquier persona.

-Llevo algunos años donde a mi alrededor ha habido demasiados fallecimientos en poco tiempo, sobre todo de amigos, y con eso te das cuenta de lo efímero de la vida. Yo, por mi parte, cuando tenía 18 años sufrí un cáncer, llevo una pierna ortopédica que no me causa ningún problema, pero que supongo que me marcó.

-Con 18 años lo último que alguien imagina es que se puede morir. ¿De qué forma le cambió?

-La primera reacción fue de incredulidad absoluta, pero nunca tuve sensación de fracaso, decepción o tristeza. Es verdad que los primeros pronósticos eran muy malos pero luego todo salió bien. Aunque perdí una pierna, estoy vivo y he tenido una vida muy plena. Fui consciente de que no podía ser campeón olímpico pero no pierdo el tiempo en quejarme porque no sirve de nada. Y eso ha forjado gran parte de mi carácter. Todo lo que no te mata te hace más fuerte, estoy convencido de ello. Por eso hay que buscar siempre momentos de felicidad.

-¿Cómo conoció a su mujer?

-Fui a una joyería a buscar un reloj de oro como el que mi padre siempre llevaba, y que le robaron en un atraco. Siempre fue muy chulito y le dio mucha rabia. El caso es que no encontraba ninguno que se le pareciera hasta que Sarah, que casualmente trabajaba allí, dio con el ideal. Así que no hay mal que por bien no venga, que es otro de nuestros lemas.

-Dígame el secreto para estar tantos años juntos.

-Hemos tenido momentos regulares, por la convivencia, porque es mucho tiempo y los dos tenemos bastante personalidad. Que a mí es lo que me interesa, aunque a veces se producen conflictos, pero aquí seguimos y la verdad es que cada vez más felices. Justo ahora estamos en un renacer (bromea). Y si además mis hijos están bien, yo encantado de la vida.

-¿En qué momentos disfrutan toda la familia?

-Hay dos fechas absolutamente inamovibles en esta familia: una es Nochebuena y la otra, Fallas. Todo el mundo acude al hogar desde dondequiera que esté. Y después intentamos programar acontecimientos que nos permitan reunirnos y sean agradables. Por ejemplo, hace dos semanas estuvimos en el concierto de Bruno Mars en Madrid. Una buena cena, música… Es tiempo de calidad. Y ahora en Pascua, estaremos todos en Benicàssim.

-Confiéseme alguno más de esos placeres de los que disfruta.

-La gastronomía. Hemos estado en muchísimos restaurantes en todo el mundo, cada año iba una o dos veces al Bulli y disfruto con los buenos cocineros, como Quique Dacosta o Ricard Camarena, con quien aprendí incluso a cocinar al vacío. Los sábados me gusta además ir al Mercado Central y preparar algo para mi familia.

-¿Piensa en la jubilación?

-Los notarios nos podemos jubilar a los setenta, así que todavía me quedan muchos años. No me lo planteo, si estás en condiciones deberías poder seguir y no ser una carga. No creo que me aburriera, pero todavía tengo que trabajar mucho para pagar todas las deudas que en su momento acumulé (ríe).

Fuente: lasprovincias.es

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