Desde que en 1845 Isabel II estrenara vacaciones en San Sebastián, el norte de la Península se convirtió en el destino preferido de la Corte y la alta sociedad para disfrutar del veraneo
En el siglo XIX, la realeza del norte de Europa descubrió el Mediterráneo. La zarina María Alexandrovna fue a paliar sus tristezas a San Remo, en la Riviera italiana, y arrastró todo un mundo tras ella: Sissi emperatriz de Austria, el Rey Loco de Baviera, el de Bélgica, el príncipe de Gales… Debían decirse como Matisse al llegar a Niza: “Cuando comprendí que cada mañana iba a ver esta luz, no podía creer en mi fortuna”.
En la corte de Madrid las cosas pintaban de otra manera. Aquí hay luz, sol y calor en demasía, de modo que nuestros monarcas, cuando llegaba el verano, huían hacia el fresco del Cantábrico. Santander, San Sebastián o Biarritz serían inventos de la realeza española.
