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«A mí, lo que me gusta es jugar al fútbol y perder…»

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Luis M. Benito de Benito 
– domingo, 8 de junio de 2014

 

 

Comienzo esta entrada de título más filosófico que médico contando lo que me pasó hace tiempo pero que recientemente me ha servido para reflexiones personales y, entre otras cosas, para escribir esto. Íbamos a hacer una endoscopia digestiva a un niño de 9 años. Al igual que cuando procedemos con los adultos, al sedarle le pedimos que piense en algo agradable con lo que soñar, con algo que le guste mucho. Aquel niño nos dejó boquiabiertos al decir: «A mí, lo que me gusta es jugar al fútbol y perder». Nos miramos pensando que había errado en expresar su deseo quizás porque la sedación ya empezaba a hacerle efecto y me apresuré a corregirle: «Hombre, querrás decir jugar al fútbol ¡y ganar!». Y en el último suspiro antes de perder el conocimiento arqueó las cejas sin ya poder abrir los ojos y con un gesto tibiamente ilusionado dijo con voz apagada: «¿Ganar? Eso debe ser la leche…«.

 

La endoscopia sucedió sin incidencias y aquel muchacho estaba sano, al menos desde el punto de vista digestivo. Pero me quedó su recuerdo permanente para considerar con frecuencia cuáles son las expectativas que cada cual se marca ante la vida y cómo influyen más o menos para conseguir lo que se desea en esta vida, que es ser feliz. Desde una perspectiva ambiciosa se suele aconsejar a los niños «que apunten alto» como expresión de que así llegarán más lejos. Lo de apuntar alto tiene, claro, su tope, porque por la física sabemos que apuntar más alto de 45º no contribuye a llegar más lejos y que si sigues apuntando más y más alto… es como escupir hacia arriba. El consejo aquel de apuntar alto venía casi siempre con la coda final de que «ya la vida misma te bajará el punto de mira». Vamos que se trata de arrancar fuerte en la vida porque luego vienen los chascos, las desilusiones. Hemos de aspirar a ser mucho y así es posible que lleguemos a ser algo.

 

En esta rutina que se vuelve la vida, con el paso de los años a menudo se echa la vista atrás para comparar lo que se pretendía con lo que se consiguió y ver el desfase. Quizás alguno vea que su vida se desarrolló más o menos como lo planeaba. Pero es la excepción. Lo que veo en la consulta son muchos pacientes que de una manera u otra te comentan lo distinto que ha sido todo respecto a sus expectativas, tanto para bien como para mal. Y es más frecuente, parece lógico, que los que acusan molestias digestivas han tenido en la vida más disgustos que satisfacciones respecto a las expectativas que se marcaron. Hay quien planeó tener hijos y no los tuvo, hay quien anheló tenerlos y cuando los tuvo se arrepintió por los disgustos que le reportan, hay quien soñaba con un puesto de trabajo que no alcanzó y otro que lo consiguió pero a costa de sacrificar un matrimonio (o dos); hay otros que alcanzan las metas que se propusieron dejando en el camino muchos cadáveres que se levantan en el ocaso de la vida, otros que efectivamente alcanzaron  incluso superaron sus objetivos pero allí tampoco encontraron lo que buscaban. Los conceptos de éxito o de fracaso están muy vinculados a las expectativas sociales: un broker exitoso sería considerado un «pringao» entre los pueblos primitivos que todavía perviven y que apenas dedican tres o cuatro horas al día a faenas de subsistencia. Claro está que ellos no aspiran a tener un Ferrari porque además no saben conducir ni hay carreteras donde viven.

 

Es lo malo de apuntar alto… cuando no se sabe dónde se quiere llegar. Como decía Séneca, para quien no sabe dónde va no existe viento favorable. La sociedad y sus costumbres nos enseñan, como parte de la cultura, las metas y los fines apetecibles. De un tiempo a esta parte, han proliferado los individuos que aspiran a dar el «pelotazo». A ver cómo se puede conseguir un chollo sin apenas esfuerzo. No se trata, ni mucho menos, de una aspiración moderna: siempre ha sido algo anhelado. Quizás en otros tiempos el éxito se entendía más vinculado al esfuerzo y al mérito que ahora. Normalmente los comercios o pequeñas industrias se forjaban sobre mucho trabajo y dedicación. Ahora conseguir las cosas con esfuerzo no es atractivo, precisamente por eso, porque hay que esforzarse… y además el sacrificio no garantiza un éxito que parece que se decanta más por el lado de los advenedizos, los arribistas, los enchufados, los amigos de alguien,…. Con este panorama, ciertamente resulta poco atractivo luchar por hacer valer los méritos propios en un mundo donde la honestidad no cotiza. Uno de los profesores del Máster en Dirección Médica que cursé fue tajante al dirigirse un día en seco a los alumnos: si ustedes aspiran a dirigir un Hospital, pierden el tiempo viniendo aquí, lo que tienen que hacer es que afiliarse a un partido político y esperar a que les llegue el turno.

 

Si el grado de felicidad que uno alcanza en la vida está en función del binomio aspiraciones/metas conseguidas, podemos mejorar esta tasa de felicidad sin devanarnos los sesos buscando lograr altas metas, simplemente bajando el umbral de las aspiraciones. Que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita. Una de las entradas más leídas de este blog ha sido http://www.elmedicotraslaverdad.blogspot.com.es/2012/12/la-felicidad-no-es-un-destino-es-una.html con unas reflexiones acerca del modo en que empleamos nuestro tiempo. Deberíamos sentirnos felices tan sólo por el mero hecho de jugar, como se sentía aquel niño de la endoscopia. Jugar ya es todo un aliciente. Porque lo de ganar o perder es un convencionalismo social. En lo humano ves tantas victorias pírricas o sale triunfante el perdedor moral. La ofuscación nos impide saber si es más adecuado estar del lado del verdugo o de las víctimas, y a pesar que nos movemos en tiempos convulsos que casi exigen tomar postura, uno querría vivir en el anonimato, si en un extremo ni en el otro. Las situaciones injustas que, no por ser cada vez más frecuentes, flagrantes y comentadas dejan de ser por ello dolorosas, deterioran la fe en el ser humano. Duelen las tripas, se revuelve el estómago, se pierde el apetito… pero ¡qué menos! Si el organismo no responde fisiológicamente ante las tropelías, es que estamos dejando de ser humanos. Todo afecta al organismo, las emociones también, porque forman parte de nuestra vida.

 

Fuente: elmedicotraslaverdad.blogspot.com.es

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