Las «MAQUINAS DE BAÑO»

 

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En la sociedad victoriana -y aún antes- mostrar el cuerpo era un tema delicado. Por ello, desde mediados del siglo XVIII, se hizo popular en los arenales británicos -particularmente, Brighton- un instrumento conocido como la máquina de baño, que permitía un cómodo desembarco en la orilla del mar y protección frente a la mirada de extraños. Estas máquinas eran utilizadas tanto por hombres como por mujeres, que sin embargo no se mezclaban en estos momentos de ocio.

 

 

Las máquinas de baño eran carros con cuatro paredes de madera o lienzo, que estaban perforadas por dos puertas: una era la entrada, a la que se accedía con ropa de calle. La otra, en el lado opuesto, permitía descender al mar una vez puesto el traje de baño. El interior era oscuro. La altura de las ruedas permitía que la máquina penetrase unos metros en el mar manteniendo secas las prendas en su interior, y hacía necesaria una escalinata para descender al agua. Algunas de estas máquinas tenías toldos extensibles que hacían más íntimo el momento del baño, a resguardo de cualquier mirada desde el arenal.

 

 

La tracción de estos carros era variable. Normalmente eran tirados por caballos. La tracción humana también existía: lo llamados “dippers” -siempre personas del mismo sexo que los usuarios de la máquina- tiraban de las máquinas de baño y trabajaban como asistentes, ayudando a los usuarios a bajar y subir al carro. Las más sofisticadas eran las máquinas propulsadas por motor de vapor: este tipo de carro exigía unos raíles dispuestos sobre la arena y estaban reservados a familias de alta capacidad adquisitiva.

 

 

Hasta 1901 existió separación de sexos en las playas del Reino Unido. A medida que fue desapareciendo las máquinas de baño caían en desuso, y en la década de 1920 prácticamente se habían extinguido.

 

 

 

La CASA de BAÑO DE ALFONSO XIII

 

 

Aunque parezca el palacete de algún excéntrico visir en las costas del Índico, el edificio que muestra la imagen fue construido a finales del siglo XIX en la playa de La Concha de San Sebastián y se mantuvo allí durante algunos años para uso y disfrute -principalmente- del rey Alfonso XIII y de la reina. Todavía a día de hoy a esa parte de la playa donde estaba instalado el artilugio los donostiarras le siguen llamando «la caseta de la reina«.
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El palacio, construido en madera, se desplazaba sobre dos raíles que partían la playa por la mitad. Gracias a la fuerza de un motor de vapor, el dispositivo trasladaba al monarca y su séquito desde la arena hasta el interior del mar, donde podían bañarse a salvo de las miradas.

 


Conforme a la influencia victoriana de la época también en España se consideraba de mal gusto bañarse en público y ser visto en bañador. En franca competencia con los balnearios, los denominados “baños de ola” se convirtieron en una moda gracias a la discreción que procuraban estas “casetas rodantes”, donde las damas y caballeros de la época podían entrar y salir del agua sin perder la discreción.

 



Las playas más aristocráticas, como las de San Sebastián y Santander, se llenaron muy pronto de casetas, que avanzaban o retrocedían de la primera línea en función de las mareas. El donostiarra
Siro Alcain cifra en 242 las casetas de baño existentes en la playa de la Concha a finales de siglo, a las que hay que sumar el gigantesco mamotreto de Alfonso XIII que podéis contemplar en las postales. Según este relato, el palacete móvil del monarca fue construido en 1894 y permaneció en uso hasta 1911, cuando se construyó un edificio de piedra a pie de playa.

 



 

 
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