.
Aparte la chanza, puesto que nadie somos sólo nosotros mismos sino también nuestras circunstancias, se comprende que las palabras terminen adquiriendo significado distinto dependiendo de quien las pronuncia o a quien van dirigidas.
Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus
En una carta que Wittgenstein escribió a su amigo von Ficker, escribe lo siguiente:
«…mi obra se compone de dos partes: de la que aquí aparece, y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la más importante. Mi libro, en efecto, delimita por dentro lo ético, por así decirlo; y estoy convencido de que, estrictamente, sólo puede delimitarse así. Creo, en una palabra, que todo aquello sobre lo que muchos hoy parlotean lo he puesto en evidencia yo en mi libro guardando silencio sobre ello. […] Le aconsejaría ahora leer el prólogo y el final, puesto que son ellos los que expresan con mayor inmediatez el sentido.»
Uno no termina de asombrarse de la tozudez racionalista y argumental. A riesgo de ser repetitivo y acaso tautológico, ¿quien a día de hoy no reconocerá que el corazón tiene razones que la razón no comprende -Pascal-, que una obra ilustra más que mil palabras?
No dudamos que a la ciencia conviene el lenguaje científico. Ahora bien, ¿acaso no convendrá dar al Cesar sólo lo que es del César?. Así, en lo que corresponda, os propongo trascender la palabra, hablar con el corazón y -sobretodo- el buen ejemplo; un lenguaje -en ocasiones- puede que difícil de aprender, pero siempre fácil de comprender.