05/03/2021

El autor catalán que más cerca estuvo de ganar el Nobel, nunca se dedicó a la literatura a tiempo completo y trabajó como ayudante en una notaría. “¿Sabe usted? Yo he de ganarme la vida”, decía con modestia.

Muertes prematuras en su familia, un padre tan admirado como dominante, una residencia de verano mitificada desde su infancia… el universo personal de Salvador Espriu fue tan intenso como difícil y marcó desde muy temprano su pensamiento y su obra. Los acontecimientos clave suceden desde su nacimiento, ya que el destino laboral de su padre conduce a la familia a Santa Coloma de Farners pero como una predicción, sucede en el día de San Zenón, patrón de Arenys de Mar, la tierra de sus antepasados que Salvador convertirá en protagonista territorio de ficción de su obra.

A los diez años contrae el sarampión junto a su hermana de siete. Ella con pocas defensas, no logra superarlo y muere. Él se ve obligado a pasar un largo periodo en cama cuidado por su abnegada madre. La literatura sale beneficiada con ello ya que durante su postración contrae otro virus, el de la literatura.

Unos años después, fallece también Jordi, su hermano mayor en un desgraciado accidente en el puerto de Arenys, tras un resbalón que al principio parece carecer de importancia. Esta segunda pérdida supone un duro golpe moral para Salvador. Estos sucesos luctuosos y prematuros le llevan a obsesionarse con la muerte, un tema que aparecerá de forma recurrente en su obra, a la que dedicará un ciclo narrativo de cinco títulos.

El pequeño Salvador duerme cada noche en la cama donde habían muerto su abuela paterna, su hermano y su madre.

Pocos meses antes de morir declara: ‘No tengo fe en nada ni en nadie. Tampoco ninguna esperanza’.

Espriu, se licencia en Derecho e Historia Antigua y entra a trabajar como pasante en una notaría. Nunca deja de ejercer en el mundo mercantil y societario.

A la literatura se dedica de forma parcial. Preguntado por Sergio Vilar sobre este aspecto, le contesta en 1966 que escribe ‘cuando puedo, nunca y en todo momento; sobre todo, los días de fiesta y domingos’.

Aún considerando su aparentemente escasa dedicación a la literatura, resulta asombrosa la magnitud de su obra, iniciada cuando contaba tan solo quince añosy también su complejidad. Su interés por la historia antigua despierta en él tempranamente una gran curiosidad por la historia religiosa, en particular por la Biblia, y también por la mitología. Sus obras, que han de ser interpretadas en clave simbólica e incluso cabalística en algunos casos, están llenas de personajes sacados del Antiguo Testamento y  del mundo de los mitos. Ejemplo de ello son textos como Antígona (1939) Primera història de Esther (1948) Ariadna al laberint grotesc (1949).

En esa enumeración llama la atención que los títulos con nombres y personajes femeninos son constantes en su obra. La figura de su madre había sido muy importante para él . Salvador la define como ‘dulce y callada’, con ‘una belleza de clásicas líneas hebreas’.

Sin embargo, las ideas de Espriu sobre la feminidad, expresadas sin tapujos en diversas entrevistas, rechinan a la sensibilidad contemporánea. Así sobre las feministas declara en 1973: ‘Eso no quiere decir que las mujeres no tengan los mismos derechos que los hombres, pero algunos derechos de los hombres no les hacen a ellas ninguna falta. No les conviene. Sólo saldrían perdiendo. Así como nosotros no tenemos ni el derecho ni el deber de parir, pues la mujer no tiene el derecho ni el deber de levantar bloques de piedra, ni debe ser ‘capellana’ ni ‘generala’. Todo eso es pérdida de feminidad’.

No obstante, las ideas sobre la política general son las que se recuerdan de Salvador Espriu. Su identificación total con la lengua y la cultura catalana le hacen adoptar ya en el franquismo una actitud que denomina ‘más ética que política o patriótica’.

Partidario de un Estado federal, su posicionamiento sobre el encaje de Catalunya en España lo plasma en su poema La pell de brau, en el que traza una alegoría de la intransigencia de la España de la postguerra con respecto a los diversos pueblos de la Península. En él recupera la denominación de Sepharad (nombre dado en lengua hebrea a la península Ibérica) para referirse a España. Versos simbólicos que a su vez se erigen como un poderoso símbolo antifranquista.

El que fuere tachado como autor más dandy de la literatura catalana nos deja el 22 de febrero de 1985 . Finalmente la muerte a la que tanto temía le lleva consigo. Salvador cuenta 71 años.

El poeta reposa en su amada Sinera por toda la eternidad.

Espriu firmó dos artículos en La Vanguardia, ambos dedicados a insignes colegas de la lírica:

-24 de enero de 1984: ‘Un atansament a Neruda 

-09 de febrero de 1984: ‘Mi homenaje a Jorge Guillén’

 

Fuente: lavanguardia.com

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