Pi Y Margall

Peores que los reyes, han sido algunos presidentes. Pi y Margall, por ejemplo, fue un presidente de la I República (1873 – 1874) que hizo una burrada soberana con la cual estuvo a punto de acabar con España, pero aun a pesar de esto, fíjate lo que gusta la república a algunos y cuánto pasamos los demás, que tiene calles y todo.

Este presidente federalista reflejó y sancionó una constitución federalista según la cual las regiones eran Estados Soberanos. Tras esta decisión, el país se enfrentó a un caos total y estuvo a punto de desintegrarse.

Lo que sigue parece de broma, pero lamentablemente así fue. Se declararon las repúblicas independientes de Cataluña, Málaga, Cádiz, Valencia, Granada, Sevilla, Alcoy, Cartagena, Algeciras, Almansa, Andújar y varias más. Muchas de ellas se enfrentaron entre sí dando lugar a situaciones que sólo huyen de lo hilarante cuando consideramos lo trágico de sus resultados.

Y la broma degenera en el argumento ideal para una película de Berlanga. Sólo que este director nunca lo haría, porque no se ocurriría cantar las «excelencias» de un presidente de república, me temo.

Por un conflicto de intereses, la república independiente de Jumilla amenaza a la también independiente republica de Murcia: «La Nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones vecinas y, sobre todo, con la nación murciana, pero si hoyara (sic) su territorio, Jumilla se defenderá, como los héroes del Dos de Mayo, y triunfará en la demanda, resuelta completamente a llegar, en sus justísimos desquites, hasta Murcia, y a no dejar en ella piedra sobre piedra.»

Ante ese estado de cosas, Cartagena decide ser neutral entre Jumilla y Murcia, y se declara a su vez Cantón Independiente y Soberano. A tal efecto, los cartageneros se hacen con el Gobierno Civil y el Militar, asaltan el Ayuntamiento y crean una Junta que, en nombre del Cantón Independiente, gobierne el nuevo Estado. Toman también el control del Arsenal y del puerto, donde estaba amarrada una buena parte de la Flota española, que se une a la sublevación. En el Castillo de Galeras se iza el pendón cantonalista: toman una bandera turca que había por allí, cubren la media luna y la estrella blancas con pintura roja, y ese estandarte monocolor se identifica como símbolo del Cantón.

Lógicamente, el proyecto cantonalista es rechazado por las Cortes y dimite el presidente Pi y Margall, que no era partidario de actuar contra los cantonalistas: «No hay más que dos caminos: o la política o las concesiones. Y, por supuesto, mi idea es conceder lo que el pueblo pide.» El 18 de julio le sustituye Salmerón, que no le hace ni caso y envía tropas a Cartagena para abolir la independencia declarada por el Cantón.

Los cartageneros, con el armamento del arsenal y con su flota, resisten el ataque de las fuerzas del Gobierno. La armada cantonalista, mandada por el militar progresista Antoñete Gálvez («Tonete» para los amigos), natural de Torreagüera, continúa la ofensiva. A la orden de «¡A «toa» máquina!», y reforzada con 500 hombres del Batallón de Cazadores de Mendigorría a bordo, llega a bombardear el puerto de Alicante y a desembarcar en la ciudad. En esta acción bélica se recaudan 8.000 duros de plata que «voluntariamente» entrega la ciudad conquistada.

El 29 de Julio, las fragatas cantonales fondean en aguas de la capital almeriense, exigiendo la evacuación de las fuerzas militares, la proclamación del cantón y el pago inmediato de 400.000 pesetas de la Administración de Aduanas y 500.000 más procedentes de comerciantes y banqueros. Al no ser satisfecho este pago, las tropas cartageneras desembarcan para conquistar la ciudad, pero las fuerzas almerienses evitan, tras furiosos tiroteos, el desembarco de los cantonales, lo que conduce, el día 30 de julio, al bombardeo naval de la ciudad.

El objeto de aquellas incursiones por mar y tierra era incorporar tierras y poblaciones al cantón, así como recaudar fondos o “contribuciones de guerra”, «voluntarias», por supuesto, para mantener la independencia. Cartagena era en ese momento un país independiente «de facto»; y, como tal, tenía derecho a moneda propia. En consecuencia, se acuña el «duro cantonal», con sus respectivas «pesetas cantonales», monedas con las que se pretendía costear los gastos generados durante el periodo de lucha por su independencia.

El gobierno independiente se pone en contacto con el de los Estados Unidos de América y solicita su ingreso como un estado más de la Unión, al tiempo que pide ayuda, principalmente armas y pertrechos de guerra, para mantener su independencia frente al poder centralista de Madrid. Los Estados Unidos estudian seriamente la propuesta y, finalmente, su presidente rechaza el ofrecimiento. El general Ulises S. Grant, quizás el peor gobernante y el mejor general que hayan tenido los norteamericanos, no quiso tener problemas con España. Pero eso no quiere decir que la oferta no se estudiara. Se valoró mucho la opción, ya que a los Estados Unidos, entonces potencia emergente, no les parecía nada mal tener en la base naval de Cartagena un apoyo sólido en el Mediterráneo. La propuesta era tentadora y su rechazo fue un golpe bajo a la autoestima de los cantonales.

A «Tonete» se le sube a la cabeza el presunto éxito sobre las fuerzas gubernamentales y organiza una marcha para tomar Madrid, llegando victorioso hasta Chinchilla (Albacete), donde las tropas del Cantón son derrotadas y tienen que regresar a Cartagena. Mientras tanto, en el resto de España las cosas tampoco andan demasiado bien: Granada y Jaén se declaran la guerra por diferencias en sus «fronteras nacionales»; Utrera se independiza de Sevilla, que no sólo no reconoce esa ruptura unilateral sino que le declara la guerra, una guerra que, sorprendentemente, ganó Utrera, tras la muerte en combate de 400 hombres de ambos bandos; Coria, capital episcopal famosa por su tonto – ¿quién no ha oído hablar del «tonto de Coria»? -, quiere independizarse, pero no de Madrid, de donde ya era independiente de hecho, sino de Badajoz; Betanzos se declara independiente de La Coruña; Jerez proyecta su cantón, pero finalmente prefiere rendirse a Madrid antes que someterse a la República Independiente de Cádiz…

El presidente Salmerón envia al general Martínez Campos y sus tropas a Levante y Andalucía. Los cantones, desorganizados y en estado de guerra entre sí, van cayendo uno tras otro y la revolución queda sofocada en menos de dos meses. En los paredones de los consejos de guerra acaban los restos de la revolución cantonal, uno de los episodios más surrealistas de la Historia de España.

Y todo esto mientras se estaban llevando a cabo en España a la vez otras dos confrontaciones: la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de los Diez Años en Cuba, que también finalizaron con éxito para las tropas gubernamentales, las Revoluciones Cantonales fueron una de las causas que al final hicieron fracasar la República, la cual remató como el rosario de la aurora tras ocho Presidentes en menos de un año.

Ningún rey consiguió en España nada igual, ni por el forro.

 

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