JOAN-PERE VILADECANS Pintor
Esto se acaba, nos imponen la firma electrónica, un concepto jurídico, digital y van… 3.000 notarios censados acechan. Y la Agencia Notarial de Certificación intentando, más si cabe, quitarle la poca poesía que le queda a la firma ológrafa y con ella al rastreo de grafólogos de profesión en nuestra intimidad emocional. Futuro y pasado. Adiós a los coleccionistas, a los autógrafos y a las ediciones de bibliófilo numeradas y firmadas. Y a las falsificaciones.
El tag sigue siendo también una firma, un logo o una marca, que a veces se confunde con el grafiti, pero este se acerca al arte, y la práctica del tag, a la canallada. El uso del tag marca territorios, se autoafirma y ataca cualquier espacio urbano apetecible.
No dialoga, excluye, mancha y tacha. Puertas, paredes, ventanas, persianas. No es una pintura libre urbana, es mucho menos. Es una práctica macarra, insolente. Sin valores. Material psiquiátrico. La obsesión de las tribus urbanas y los clanes para diferenciarse. La presencia y advertencia a alguien, ¿a la sociedad? La psicopatía del grupo. La firma como alerta. El desprecio al mobiliario de todos. El can marcando su territorio…
Un contenedor de frustraciones futuras que tiene muy poco que ver con sus orígenes: el hip-hop de los sesenta en el metro de Nueva York. El tag, el grafiti, la contracultura. La frustración de unos jóvenes sin futuro ¿Llegará el tag electrónico? Podría ser. La rueda del tiempo no se detiene. Veremos.