Marina Estévez Torreblanca
© eldiario.es Retrato del Duque de Lerma

Comprar un terreno, empresa o propiedad y ver cómo se multiplica su valor en poco tiempo puede ser cuestión de suerte o de olfato para los negocios. Pero también puede deberse al acceso a información privilegiada o incluso a tener el poder suficiente como para manipular la realidad y las políticas a conveniencia.

Es lo que hizo Francisco de Sandoval y Rojas (Tordesillas, 1553 – Valladolid, 17 de mayo de 1625), duque de Lerma, en pleno Siglo de Oro. Adquirió medio Valladolid por poco dinero. Después, convenció al Rey Felipe III para que trasladara allí la capital del Reino (con la excusa de los peligros de la peste y la insalubridad de Madrid). Entonces, vendió a los cortesanos y a la propia Corona los terrenos y palacios en Valladolid a un precio muy superior al que él había pagado cuando era una ciudad más.

Pero no se detiene ahí. Con el cambio, los precios se desploman en Madrid. En ese momento empieza a comprar propiedades aquí a precio de saldo. Cinco años más tarde vuelve a persuadir a Felipe III de la necesidad de un traslado y regresan a Madrid con todo el séquito de nobles y funcionarios (se calcula que se habían trasladado entre 10.000 y 15.000 personas, según relata la web Madrid Villa y Corte).

Antes, la que todavía hoy es la capital había hecho un «donativo» de 250.000 ducados a la Corona que el propio Lerma se embolsó en parte. En total, distintas fuentes calculan que el noble compró propiedades por 80.000 maravedíes y obtuvo 55 millones en estas operaciones. Es el primer «pelotazo» urbanístico a gran escala del que se tiene noticia en España, del que se desconoce qué grado de conocimiento o implicación tenía el propio Rey.

«Hay que verlo con los ojos de la época», justifica Claudio García, técnico de la Oficina de Turismo de Lerma. Sin duda Sandoval no era el primer ni el último noble que se aprovechaba de su posición, pero su caída en desgracia final favoreció que haya pasado a la historia como el gran especulador que fue. Aunque según algunos estudiosos simplemente fue víctima de una gran conspiración para desacreditarle por parte de sus enemigos, entre los que se contó su propio hijo.

El duque de Lerma fue un personaje todopoderoso, fascinante y corrupto que vivió entre los siglos XVI y XVII. Era el hombre de confianza del Felipe III, un rey abúlico y poco centrado en asuntos de Estado, que decidió delegar el poder político en el duque, su valido, 24 años mayor que él. «Le llevaba de la mano donde quería», dice García sobre la influencia de Sandoval en un rey interesado sobre todo en la caza, el teatro y los juegos de mesa.

«Hoy se llamaría tráfico de influencias. Siempre se le ha visto como al más especulador de la Historia. Es verdad que se aprovechó de su posición, pero no es un político actual: no representa al pueblo, sino a su casa nobiliaria, y su obligación era enriquecerla», afirma Gustavo Peña, también técnico de turismo en Lerma. 

Logra mantener la paz

En esta ciudad burgalesa, en la que no había nacido aunque con su nombre se le recuerda, establece Sandoval la corte de recreo de Felipe III, lo que El Escorial había sido para su padre, Felipe II. Este último había dejado a su hijo en herencia un gran imperio en bancarrota. El duque de Lerma favoreció reflotar algo esta situación económica gracias a su apuesta por mantener una política exterior pacífica y evitar entrar en guerra. En el resto de Europa tampoco se dieron demasiados conflictos, lo que favorece este escenario. Es una etapa conocida como «Pax Hispánica» y coincide con un florecimiento de las artes y las letras conocida como el Siglo de Oro en España. Según algunas fuentes, Sandoval mantuvo una buena amistad con Luis de Góngora, uno de los autores más conocidos de este periodo.

En este tiempo se firmaron tratados de paz con Inglaterra, Francia y Holanda. Según relatan en Lerma, para mantener todavía más alejado el peligro de invasión de los vastos territorios (se alcanzó entonces la máxima extensión del imperio, unificadas España y Portugal) el duque usaba ciertas tácticas para impresionar a los embajadores extranjeros que visitaban sus palacios en la ciudad. Por ejemplo, malgastaba grandes cantidades de pólvora en sus exhibiciones y organizaba batallas en el río Arlanza con barcos verdaderos para que pensaran que sus abundantes recursos permitían al Rey este tipo de despilfarros, cuando la realidad distaba mucho de ser esa.

Las consecuencias de la expulsión de los moriscos 

Pero el duque tuvo una participación activa en otras decisiones con consecuencias económicas mucho más perjudiciales.

Empieza siendo un defensor interesado de la población morisca (que se había convertido a la fe católica dos siglos antes para no abandonar el reino), con algunos de cuyos integrantes realizaba sustanciosos negocios.

Pero Felipe III, supuestamente llevado por su fervor religioso y por el miedo a una insurrección armada, estaba empeñado en su expulsión. Cuando el monarca acepta compensar económicamente a los nobles que se vieran perjudicados por la deportación masiva, Lerma cede. Salen de la Península unas 300.000 personas. Fueron desterrados en un plazo de pocos días, dejando atrás sus casas y posesiones, que fueron requisadas por las autoridades.

Este ignominioso capítulo de la Historia tuvo consecuencias no solo humanas, sino económicas. Se expulsa a un 4% de la población perteneciente a la masa trabajadora que pagaba más tributos, pues no eran nobles, hidalgos, ni soldados. «Esto supone una merma en la recaudación de impuestos, y para las zonas más afectadas (se estima que en el momento de la expulsión un 33% de los habitantes del Reino de Valencia eran moriscos) tuvo unos efectos despobladores que se dejaron sentir durante todo el siglo» , explica ABC.  

«En las zonas donde los moriscos habían sido una amplia minoría, como Valencia y Aragón, la consecuencia fue una catástrofe económica inmediata; pero aun en los lugares en los que había un número reducido de moriscos, el hecho de que entre éstos hubiera una mayoría de población activa, sin caballeros, sin clero ni soldados, significaba que su ausencia podía llevar a la dislocación económica. Los ingresos por impuestos bajaron y el rendimiento agrícola disminuyó», afirma el historiador Henry Kamen.

Caída en desgracia 

Dos años antes de esta medida, en 1607, se había producido una nueva suspensión de pagos por parte de la Hacienda Real, que no era capaz de hacer frente a la devolución de la deuda. Este deterioro económico aún más acusado por la expulsión de los moriscos fue clave para la caída en desgracia del duque. La Reina Margarita, esposa de Felipe III, propicia un proceso para investigar la corrupción del duque de Lerma al que rápidamente se incorporan declarándose como perjudicados nobles y personalidades de la época. 

En 1621, el mismo año que muere Felipe III, Rodrigo Calderón de Aranda, principal colaborador y testaferro de Sandoval, es torturado y posteriormente ajusticiado en la Plaza Mayor de Madrid acusado de delitos tan diversos como enriquecimiento ilícito, brujería y asesinato.  A la sombra del duque de Lerma había acumulado enormes riquezas y odios, casi tantos como su valedor. 

En este contexto, y acorralado por enemigos como su propio hijo, el Duque de Uceda, que aspiraba a sucederle, Lerma solicitó a Roma y obtuvo en 1618 el capelo cardenalicio. La inmunidad que le confirió este cargo le sirvió para escapar de la cárcel o el cadalso. Este giro de los acontecimientos inspiró unas coplas populares: «Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado».

Su hijo es nombrado valido, con apoyos como el del Conde-Duque de Olivares, que empezó siendo uno de los hombres de Sandoval hasta que decidió cambiar al bando ganador del vástago. Más tarde Olivares le arrebató el cargo y fue el valido de Felipe IV.

Sandoval sufrió un breve destierro en Tordesillas y acabó sus días en Valladolid a los 72 años, no sin antes conspirar, sin éxito, para obtener un cargo de más importancia y remuneración en la diócesis de Toledo. 

Fuente: msn.com

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