Marseille
Musulmanes rezando en una calle en Marseille en abril de 2011 / J.P. Pelissier (REUTERS)

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Damos noticia de todo un fenómeno social en nuestra vecina Francia: «en la actualidad, Houellebecq es tan importante en su país que el primer ministro habla de su nuevo libro como si fuera un asunto de Estado; un efecto colateral es que nadie lo toma como una novela» -más aquí-.

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__ No pasa desapercibido que en España, en cambio, «Soumission» resulte desconocida para el gran público. Sin ánimo ni capacidad para explicar suficientemente el fenómeno, nos permitimos tan solo traer a colación dos hechos históricos que acaso contribuyan a su análisis:

  • La resaca de la descolonización hubo de afectar mucho más a nuestro vecino que a nosotros. Pues muy superior fue su pujanza colonial (principalmente, en Argelia y Marruecos).
  • La «grandeur» francesa (Luis XIV, Napoleon I) es un sentimiento todavía irrenunciable entre los franceses («La France ne peut être la France sans la grandeur» -De Gaulle-). Acaso porque su decadencia, iniciada en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) y posteriormente Sedán (1870) y Fachoda (1898), continuada en la Gran Guerra y culminada luego en Dien Bien Phu (1954), resultó aliviada por el apoyo de los aliados -algo que aminora y cela pero no impidió en último término su pérdida de de poder-. Entre nosotros, en cambio, Rocroi (1643) y las «batallas» de Cavite y Santiago de Cuba (1898) resultaron concluyentes.

«Sólo De Gaulle habría podido escribir una historia del ejército francés sin hacer mención alguna a la batalla de Waterloo» (Antony Beevor).

Francisco I, en guerra con Carlos V, para crearle dificultades en Alemania, alentó a los turcos a invadir Austria. Resultado: el imperio otomano se apoderó de la mayor parte del reino de Hungría y llegó hasta las puertas de Viena (1529). La situación volvió a reproducirse con ocasión del segundo sitio de Viena (1689).  El Papa convocó para su defensa a los príncipes cristianos. Todos los países cristianos de Europa respondieron… salvo «el rey Moro» (así denominaron entonces al «Rey Sol», Luis XIV).

Ciertamente no sólo Francia, en su ansia de poder, ha recurrido a aliarse con su «enemigo natural». Otro tanto podría decirse de los bizantinos (más aquí) e incluso de los alemanes e ingleses (más aquí). Ocurre que las guerras provocan extrañas alianzas (Lawrence de Arabia, Declaración de Balfour –1917-, Conferencia de Yalta –1945-), de consecuencias sólo a corto plazo predecibles. La China y Rusia actuales, para bien o para mal, ¿consecuencia de las dos últimas grandes guerras? (Más aquí).

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¡Alguna ventaja había de tener quedar relegado a la condición de segundón! Los demás dejan entonces de prestarte atención, de interesarse por tí. Si además renuncias a la ambición, deja de mortificarte constatar cómo de continuo merma tu cuota de poder.
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__ Por lo demás, la nunca rematada centralización del poder en España convierte a nuestro territorio en un mosaico pintoresco de culturas, paisajes, folclores, lenguas y en general entendimientos, propenso a la diversidad y tolerancia. Otra ventaja del «infradesarrollo», esto es, de la integración horizontal de los Habsburgos y de la relativa debilidad de nuestro poder central no obstante el advenimiento de los borbones. 

  • El señorío de Haro, el condado de Barcelona, el ducado de Media Sidonia, en ocasiones levantiscos, forman parte de España. Solo Alfonso I de Portugal hasta la fecha, alcanzó independencia, propósito suyo y sobretodo de las potencias exteriores que apoyaron -con mayor o menor fortuna- y apoyan su identidad separada, por razones ciertamente ajenas a todo sentimiento autóctono o de justicia. 

El himno nacional portugués (ver aquí) se hace eco de la decepción y humillación sufrida  por Porutgal con ocasión del Ultimatum Británico de 1890; el Reino Unido, potencia tradicionalmente valedora de Portugal…

  • Siempre hay razones para la permanencia en unidad. También para la desmembración: concepción patrimonial de los territorios (y su versión moderna, la eliminación del competidor político en determinada zona geográfica), apuesta y exaltación de un pretendido liderazgo y primacía económica y sangría de recursos propios por razón de su repartimiento allende el territorio productor (en palabras llanas, ricos vs. pobres). Las razones identitarias suelen servir sólo como vestimenta (salvo acaso en situaciones de colonialismo), por más que estratégicamente se antepongan a cualquier otra.
  • A la hora de decantarse por una u otra opción, independencia versus status quo, convendrá tener bien presente el alcance de los apoyos exteriores  (cfr. el caso de los catalanes en la Paz de Utrecht), de las propias fuerzas («por ley fatal de gravedad, una Cataluña independiente pasaría a ser muy pronto un departamento francés; y el ejemplo de lo que ocurre a los trozos de Cataluña que están sometidos a Francia nos enseña a los catalanes lo insensato que sería emprender el camino que nos debiera llevar a tal consecuencia» –Cambó-) y sobretodo lo inviable de la propia prosperidad al lado de un vecino pobre (las diferencias requieren de distancia, o al menos de accidentes naturales, que las sostengan… en otro caso, habría de operar el principio de los vasos comunicantes)

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Claramente se perciben dos concepciones enfrentadas de la Europa futura. Convendrá no engañarse: debajo de la corrección política que todos practicamos, subyacen sentimientos, más o menos generalizados, más o menos (in)tolerantes, que abogan por impedir el avasallamiento democrático. Aparte la organización del Estado -particulamente, el repartimiento de poderes territoriales-, ¿qué otra finalidad tiene una Constitución? Pues bien, ¿podrá ocurrir que la constitución deje algún día de ejercer su función de gatekeeper? La doctrina del «arbol vivo», en la que nuestro Tribunal Constitucional se apoyó a la hora de proclamar la constitucionalidad del matrimonio homosexual,  así lo sugiere: en la mayoría de los casos, no haría falta modificar el texto constitucional (más aquí), bastaría con reinterpretarlo a la luz de un nuevo sustrato social. 

Tan sentido socialmente podría resultar en el futuro un redivivo «Imperio Romano», que -convendrá recordar- abarcaba también la Mauritania y Asia Menor, como la Europa de Carlomagno. Ambas concepciones serían reunificadoras y legítimas. Y con una clara asociación entre Religión y Estado -entonces cristiana, ahora otra-.

La Revolución Francesa habría protagonizado un paréntesis de exceso. Así, tan excesiva habría de resultar la idea del estado aconfesional como la propia idea de «nación» («Vive la Nation», expresión utilizada por primera en un campo de batalla en Valmy, el 20 de septiembre de 1792, para llenar el vacío de poder resultante de los sucesos de Paris del 10 de agosto de 1792), el Gobierno del Terror o incluso el propio Napoleón, un dictador que se habría servido de ideas bien intencionadas en provecho de su propia e inagotable ambición.

Todo ello, ¿inimaginable? 

  • «Una dictadura no me parece censurable. A simple vista, parece que cortar la libertad está mal, pero la libertad se presta para tantos abusos. Hay libertades que constituyen una forma de impertinencia. Siempre pensé que la democracia era un caos provisto de urnas electorales, ese curioso abuso de la estadística”. Frases que pasarían desatendidas, incluso despreciadas, si no fuese porque son de J.L. Borges… ¿Qué hacemos con este hombre, lo admiramos o lo odiamos?, se preguntaban sus rendidos lectores (más aquí).   

«Eh bien, voyez ! C’est bien ce que je disais : le Parlement démontre qu’il n’est rien. Il fracasse, il pérore, il fait un peu de bruit et de scandale, mais tout cela n’émeut absolument pas l’opinion publique. […] Le Parlement, en réalité, s’est tué lui-même. Il est mort, il n’existe plus. À l’époque où nous sommes, nous ne pouvons plus continuer à croire à ces jeux stériles. D’ailleurs, personne ne s’y trompe, sauf ceux qui font profession d’y croire. Alors, bien sûr, ceux-là s’agitent, écrivent des éditoriaux dans les journaux, font des déclarations à la radio, mais tout cela, c’est de l’agitation qui ne touche pas le pays et il faut bien que vous en soyez convaincu» (De Gaulle)

  • “No hay que engañarse. Está muy bien que haya franceses amarillos, franceses negros y franceses morenos. Eso enseña al mundo que Francia está abierta a todas las razas y que tiene una vocación universal. Pero con la condición de que sean una pequeña minoría. Si no fuera así, Francia no sería Francia. Somos todos, ante todo, un pueblo europeo de raza blanca, de cultura griega y latina y de religión cristiana… Basta de cuentos.” (De Gaulle)

«Il faut arrêter immédiatement le flot d’Israélites qui arrive par Lisbonne pour s’engager ici. Téléphoner à Lisbonne que nous examinerons chaque cas, et, en attendant, les refuser ici, sauf mon autorisation personnelle » (nota librada en 1942 por De Gaulle para el coronel Billotte)

«Il n’y a pas de raison pour la France, et je suggérais même pour le Royaume-Uni, de ruiner ses relations avec les Arabes, sous prétexte que l’opinion publique éprouve des sympathies superficielles pour Israël, parce que c’est un petit pays avec une histoire malheureuse» (De Gaulle)

C’est très bien qu’il y ait des Français jaunes, des Français noirs, des Français bruns. Ils montrent que la France est ouverte à toutes les races et qu’elle a une vocation universelle. Mais à condition qu’ils restent une petite minorité. Sinon, la France ne serait plus la France. Nous sommes quand même avant tout un peuple européen de race blanche, de culture grecque et latine et de religion chrétienne. Qu’on ne se raconte pas d’histoires !

Les musulmans, vous êtes allés les voir? Vous les avez regardés avec leurs turbans et leur djellabas? Vous voyez bien que ce ne sont pas des Français! Ceux qui prônent l’intégration ont une cervelle de colibri, même s’ils sont très savants. Essayez d’intégrer de l’huile et du vinaigre. Agitez la bouteille. Au bout d’un moment, ils se sépareront de nouveau. Les Arabes sont des Arabes, les Français sont des Français. Vous croyez que le corps français peut absorber dix millions de musulmans, qui demain seront vingt millions et après-demain quarante ? Si nous faisions l’intégration, si tous les Arabes et Berbères d’Algérie étaient considérés comme Français, comment les empêcherait-on de venir s’installer en métropole, alors que le niveau de vie y est tellement plus élevé? Mon village ne s’appellerait plus Colombey-les-Deux-Églises, mais Colombey-les-Deux-Mosquées ! (De Gaulle)

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__ Guerra, enemistad, Derecho de Gentes (Krieg, Feindschaft, Völkerrecht)… Del enemigo real al enemigo absoluto; de la guerra entre estados a la guerra «civil» mundial, total, entre «buenos y malos», en la que solo puede sobrevevir un bando… ¿Habría un pacifista, para reafirmar en su criterio, de empeñarse en una guerra absoluta contra los que hacen la guerra? Pero ¿contra cuales, los «suyos» o los del otro bando?

El tiempo parece ir dando la razón a Carl Schmitt, autor por nosotros glosado en diversas ocasiones (con ocasión de comentar el art. 155 CE -ver aquí– y también en general -más aquí-). Sus palabras sonarían proféticas:

  • Dictadura y democracia acaso no serían términos antitéticos: una dictadura podría ser comisaria (por tanto, no absoluta) y resultar así legítima -aunque no legal-.

Legal ist eine Handlung, wenn sie sich restlos einer allgemeinen Norm des positiven Rechts subsumieren lässt. Die Legitimität hingegen ist für Schmitt nicht unbedingt an diese Normen gebunden. Sie kann sich auch auf Prinzipien beziehen, die dem positiven Recht übergeordnet sind, etwa das „Lebensrecht des Staates“ oder die Staatsräson. Die Diktatur beruft sich dementsprechend auf die Legitimität. Sie ist nicht an positive Normierungen gebunden, sondern nur an die Substanz der Verfassung, also ihre Grundentscheidung über Art und Form der politischen Existenz. Gemäß Schmitt muss sich die Diktatur selbst überflüssig machen, d. h. sie muss die Wirklichkeit so gestalten, dass der Rückgriff auf eine außerordentliche Gewalt überflüssig wird (más aquí).

  • Los nuevos estados, surgidos del Tratado de Westfalia (1648), habrían dejado hace tiempo de constituir el vigente orden mundial. La doctrina Monroe (1823) habría alumbrado zonas de influencia reservada («Großräume“), vedadas a potencias extranjeras. Así, por ejemplo, EEUU no constituiría ya propiamente un estado sino la potencia hegemónica en Occidente («eine führende und tragende Macht, deren politische Idee in ihren Großraum, nämlich die westliche Hemisphäre ausstrahlt»). 
  • El universo constituiría en realidad un pluriverso, antes de estados, hoy de zonas de influencia (Pluriversum von Großräumen). Definitivamente se abandona la idea de una Humanidad unida. Prescindir de la especificidad de lo político, de la potencial enemistad, es inútil, utópico. Pues siempre existirá una pluralidad de centros de poder y de fuerza, de contraposición violenta -al menos en potencia-.

Recomendamos la lectura del artículo periodístico «Carl Schmitt o la humanización de la guerra» (Oscar Elía Mañú), por su claridad y acierto en el tratamiento del asunto. De él hemos extraido algunas de las citas e ideas que siguen.

«la declaración solemne de ‘condena de la guerra’ no cancela la distinción amigo-enemigo, sino que le proporciona un nuevo contenido y una nueva vida a través de nuevas posibilidades de la declaración universal de alguien como hostil»

«Conocemos incluso la ley secreta de ese vocabulario, y sabemos que hoy en día la guerra más aterradora sólo se realiza en nombre de la paz, la opresión más terrible sólo en nombre de la libertad, y la inhumanidad más atroz sólo en nombre de la humanidad»

  • Lo específico de lo moral son las nociones de bien y mal, de lo estético las de bello y feo, de lo económico las de útil y dañino. Lo específico de lo político, para Schmitt, sería la distinción entre amigo y enemigo. «Contraposiciones religiosas, morales y de otro tipo se intensifican hasta alcanzar la categoría de contraposiciones políticas, y con ello pueden producir el decisivo agrupamiento combativo de amigos y enemigos». 

La homogeneidad forzosamente presupone la heterogeneidad de lo que le es ajeno. Así ocurriría tambien en lo político (politische Andersartigkeit), con los pueblos (jedes sich demokratisch organisierende Volk kann dies folglich nur im Gegensatz zu einem anderen Volk vollziehen).

La especificidad amistad-enemistad funciona autónomamente de aquello que le dio origen. Entendámonos, ni lo económico ni lo ideológico ni lo cultural son en sí mismos fenómenos políticos, pero albergan el germen de lo político, la capacidad de arrastrar a los hombres a un enfrentamiento violento.

«Toda contraposición religiosa, moral, económica, étnica o de cualquier otra índole se convierte en una contraposición política cuando es lo suficientemente fuerte como para agrupar efectivamente a los seres humanos en amigos y enemigos».

  • Enemigo privado y enemigo público no se confunden. El inimicus –enemigo privado– implica odio, voluntad de aniquilación personal. El hostis, en cambio, implica sólo enemistad pública y afecta a la comunidad («It’s not personal, Sonny. It’s strictly business» -Michael, en El Padrino-).
  • La enemistad política puede ser real (limitada) o absoluta (ilimitada):

😎 La primera, basada en el reconocimiento recíproco (Gegenseitigkeit), es de limitado alcance. La guerra frente a él pretende una reubicación -favorable- de fronteras, no la eliminación del contrario. Presupone el respeto al adversario (Gegenüber, Gegner). Así pues, la guerra frente a este tipo de enemigo no tiene más sentido que su conclusión mediante un tratado de paz («Sinn jedes nicht sinnlosen Krieges besteht darin, zu einem Friedensschluss zu führen“).

 😈 Por el contrario, la enemistad absoluta no conoce límites. No lleva a una guerra de fronteras ni respeta al adversario, sino que su objetivo último es la aniquilación del enemigo.

¿Como en el caso del Estado Islámico?

«Estas guerras son de modo necesario guerras particularmente intensas e inhumanas, ya que van más allá de lo político y degradan al enemigo por medio de categorías morales, convirtiéndose así en un monstruo inhumano ante el que sólo no sólo hay que resistir, sino al que hay que aniquilar definitivamente; es decir, el enemigo ya no es aquel que hay que mantener dentro de las propias fronteras».

 🙄 Admitámoslo, «sólo la negación de la enemistad verdadera abre paso a la enemistad absoluta». Sin reconocimiento al otro de la condición de enemigo, ¿como alcanzar con él un acuerdo de paz? Se comprende así el desprecio de C. Schmitt por el pacifismo: «Si una parte del pueblo declara ya que no conoce enemigos, lo que está haciendo en realidad es ponerse del lado de los enemigos y ayudarles, pero desde luego, con ello no se cancela la distinción amigo-enemigo».  En suma, ni pacifismo a ultranza ni belicismo absoluto. La guerra pues, concebida no como una necesidad sino como una posibilidad.

C. Schmitt propiamente no haría apología de la violencia sino que la reconduce a un cauce. Recuérdese: El enemigo total (absoluter Feind) no es un «enemigo verdadero» (wirklicher Feind).

«Lo político no desaparecerá de este mundo debido a que un pueblo ya no tiene la fortaleza o la voluntad de mantenerse dentro del ámbito político. Lo que desaparecerá será tan sólo un pueblo débil«

«No existe ningún fin racional, ni norma tan elevada, ni programa tan ejemplar, ni siquiera un ideal social tan hermoso, ni legalidad ni legitimidad alguna que puedan justificar el que determinados hombres se maten entre sí. La destrucción física de la vida humana no tiene justificación posible, a no ser que se produzca en el estricto plano del ser, como afirmación de la propia forma de existencia contra una negación igualmente existencial de esta forma. Una guerra no puede justificarse tampoco por argumentos éticos y normas jurídicas. Cuando hay enemigos verdaderos en el sentido auténtico al que se está haciendo referencia aquí, tiene sentido, pero sólo políticamente, defenderse de ellos físicamente, y si hace falta, combatir con ellos».

  • Pocos, prácticamente nadie, renuncian hoy en día a criminizalizar a su oponente bélico. Y bien, ¿por qué no relativizar la enemistad, esto es, prescindir de la enemistad absoluta? ¿Por qué no aceptar que son solo intereses y, en el mejor de los casos, distintas concepciones del mundo -de partida tan legítimas unas como otras-, las que en los conflictos bélicos de hoy en día concurren?

Supongo que si estuviésemos acostumbrados al cine chino, las películas americanas no nos resultarían tan llamativas. Libertad vs. igualdad, respeto de lo individual frente a sacrificio por la causa común… Verán Vdes, yo, como todos, tengo mis propias ideas. Y desearía vivir con ellas, sin que nadie me las arrebate por la fuerza. Esto no me impide reconocer que de haber nacido en el seno de otra cultura probablemente mi visión -equivocada o no- sería otra. 

Quienes dicen hablar en nombre de la Humanidad, de la Virtud, de los Derechos Humanos, en general de los valores absolutos, producen recelo. No me atreveré a afirmar, como asegura C. Schmitt, que miente («wer Menschheit sagt, will betrügen“). Sólo que me causa aversión. No por cuestión de relativismo moral (como cristiano y aún como persona creo atisbar lo éticamente «bueno» y, mediante la fe, Lo Absoluto) sino por subjetivismo (porque somos sujetos, nuestra percepción de la Realidad -aun existiendo- habría de ser subjetiva). En definitiva, porque nadie se encuentra en posición de «secuestrar» la Verdad.  

«Todos deseamos la paz, pero la cuestión, por desgracia, es la de quién decide lo que sea paz, quién lo que sea orden y seguridad, quién lo que se haya de considerar como situación soportable o no soportable»

«Die Führung des Namens ‘Menschheit‘, die Berufung auf die Menschheit, die Beschlagnahme dieses Wortes, alles das könnte, weil man nun einmal solche erhabenen Namen nicht ohne gewisse Konsequenzen führen kann, nur den schrecklichen Anspruch manifestieren, daß dem Feind die Qualität des Menschen abgesprochen, daß er hors-la-loi [Außerhalb des Rechts] und hors L’humanité erklärt und dadurch der Krieg zur äußersten Unmenschlichkeit getrieben werden soll.“

 

  • El escritor vuelve a sembrar la polémica con su nueva novela, ‘Sumisión’, en la que un musulmán llega al Palacio del Elíseo

 

Álex Vicente, París | 6 enero 2015

 

Michel Houellebecq lo ha vuelto a hacer. En las horas previas a la publicación de su nuevo libro, que llegará mañana a las librerías francesas, el escritor ya puede congratularse de haber provocado un escándalo mayúsculo. El motivo es el argumento de su nueva novela, Soumission (Sumisión), relato futurista que retrata una Francia convertida en régimen islámico tras la victoria de un nuevo partido, Fraternidad Musulmana, en las presidenciales de 2022.

Su candidato, Mohammed Ben Abbes, ha superado a Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones, gracias al apoyo del resto de fuerzas políticas, decididas a impedir la victoria inevitable de la ultraderecha. El país dibujado por Houellebecq, imagen deformada de la Francia de hoy, sortea “los últimos residuos de una socialdemocracia agonizante” y está poblada por ciudadanos desencantados por la política, únicamente “galvanizados por su adoración a deportistas, modistos, actores y modelos”, que se limitan a ver “reality shows sobre la obesidad” en televisión mientras ingieren “platos precocinados fiables por su insipidez”.

En este paisaje, Houellebecq sitúa a un narrador llamado François, profesor universitario cuarentón y especialista en Huysmans, gran figura del decadentismo decimonónico y autor de A contrapelo, que se convirtió del protestantismo al catolicismo al final de su vida. En el libro, François contempla otro tipo de metamorfosis religiosa: la necesidad de convertirse al islamismo ante las circunstancias políticas. Ante las turbulencias que se anuncian, el deprimido narrador (y clarísimo alter ego del autor) se refugia en la Francia profunda, donde visita ciudades medievales y degusta largos ágapes regados con armañac. Cuando regresa a París, días después del desenlace electoral, se da de bruces con un país que ya no reconoce.

La Sorbona es ahora una universidad islámica financiada por riquísimos emires, con las paredes decoradas con versos del Corán y un rector casado con tres esposas, una de ellas adolescente. Como François, los profesores que no se han convertido al Islam a tiempo han sido jubilados, pero monarquías petroleras han puesto astronómicas pensiones a su disposición. La sharía no ha sido aplicada, pero el escote y la minifalda han sido proscritos. Y las mujeres, incitadas a retirarse del mercado laboral a cambio de cuantiosas ayudas públicas. Los trenes cuentan con menú halal. Turquía, Argelia y Marruecos han pasado a ser miembros de la Unión Europea, en el marco de la “reconstrucción del Imperio Romano” a la que aspira el nuevo presidente.

Houellebecq dice no haber escrito el libro con afán provocativo. “No tomo partido, no defiendo ningún régimen. Deniego toda responsabilidad”, ha declarado el escritor a la revista literaria The Paris Review. “He procedido a una aceleración de la historia, pero no puedo decir que sea una provocación, porque no digo cosas que considere falsas solo para poner nerviosos a los demás. Condenso una evolución que, a mi entender, es verosímil”.

No es extraño que la polémica adquiera dimensiones de asunto de estado. En su nuevo libro, Houellebecq contrapone las raíces de la cristiandad medieval —el protagonista se refugia en un pueblo llamado Martel, como el hombre que detuvo a los árabes en Poitiers en el año 732— y una invasión musulmana de rasgos casi burlescos, sazonada de teorías abyectas que resuenan en el actual clima político. El libro parece beber de la Gran Sustitución formulada por el filósofo Renaud Camus, acusado de incitación al odio racial, que aparece en la novela como autor (ficticio) de los discursos de Marine Le Pen. Según Camus, la población europea terminará siendo sustituida por pueblos inmigrantes que provocarán un cambio de civilización.

El libro ya ha generado tantas opiniones entusiastas como escandalizadas, pronunciadas por una habitual retahíla de comentaristas mediáticos, desde el filósofo Alain Finkielkraut —quien sostuvo que Houellebecq habla de “un futuro que no es seguro, pero sí plausible”— al presentador Ali Baddou, que aseguró ayer que el libro le había dado “ganas de vomitar” por su “islamofobia”. El director del diario Libération, Laurent Joffrin, escribió que el novelista no hace más que “calentar el asiento de Marine Le Pen en el Café de Flore”, refugio de la intelectualidad parisina, haciendo entrar las tesis ultraderechistas sobre la supuesta invasión musulmana en el cuadrilátero de la literatura. Y el propio François Hollande, presentado en la novela como un político acabado, afirmó ayer en una entrevista que leerá la novela “porque provoca un debate”, pero incitó a sus conciudadanos a no dejarse “devorar por el miedo y la angustia” que el libro refleja.

Ya en 2001, Houellebecq sostuvo: “El Islam es la más tonta de las religiones”. Hace cuatro años, en la televisión israelí, añadió: “La tendencia a la colaboración con un poder peligroso, en este caso el fundamentalismo islámico, es dominante en Francia”. En Soumission, describe un Islam al que presenta como “moderado”, aunque en realidad responda a rasgos reaccionarios. El filósofo Abdennour Bidar ha denunciado su “imagen errónea” del Islam, que dibuja como fundamentado en “la sumisión a Dios, las mujeres en casa, el velo y la poligamia”. Houellebecq jura haber reexaminado sus opiniones pasadas. “En el fondo, el Corán es mejor de lo que pensaba, después de releerlo… o más bien de leerlo. La conclusión es que los yihadistas son malos musulmanes”, ha matizado esta semana.
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El escritor Michel Houellebecq / MIGUEL MEDINA (AFP)

Soumission es la nueva novela de Michel Houellebecq (La Reunión, 1956), ex informático del Parlamento francés que saltó a la fama con Ampliación del campo de batalla, en 1994. Este dandi reaccionario, que ha dicho «sentir verdadero afecto por Sarkozy», es conocido por sus declaraciones contra el feminismo o la herencia de Mayo del 68, o a favor del turismo sexual. Omnipresente en la vida cultural de su país, en los últimos meses ha publicado una antología poética, protagonizado dos películas, expuesto sus fotografías en París y dado pie a una adaptación teatral de Las partículas elementales.

Con su anterior novela, El mapa y el territorio, logró el premio Goncourt. Se creyó que el enfant terrible se había reformado, hasta que ha llegado su nuevo libro.

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Fuente: cultura.elpais.com

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