Sebastian de Horozco

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Para bueno y para malo la figura del Notario está bien arraigada en la remembranza popular. E
ste proverbio, glosado por Sebastián de Horozco, bien lo pone de manifiesto… y también la anécdota que sigue.

 

  • Anécdotas para contar en los mentideros y ver cómo se reinventan

 

A1-39973015.jpgEl notario de Villahermosa era un poco tacaño. Villahermosa era un pueblo de la provincia de Ciudad Real muy atrasado donde la gente era muy pobrecina. Ya les he contado alguna vez que la diferencia entre pobre y pobrecino estriba en que los pobres no tienen que servir a los amos y mantienen su dignidad por encima de todo, mientras que los pobrecinos están educados en la pleitesía y la humillación como forma de supervivencia.

Pues bien, en Villahermosa había ricos muy ricos que ya en los años 60 iban a sus fincas en avioneta. Y los pobres eran muy pobres y no rechistaban para seguir siendo contratados por los ricos muy ricos. En la escuela de Villahermosa, a las niñas les entregaban a principio de curso una carpeta con un cuento de un pez japonés y un retal para hacerse una falda o un pichi. A los niños, los maestros les pedían que llevaran una varina de olivo. Y los muy tontos las llevaban. Eran para zurrarles. En Villahermosa no había buenos hoteles, pero la pensión era de muchas estrellas: por la noche, por las grietas del techo de algunas habitaciones se veía el firmamento estrellado.

Pero en Villahermosa vivían algunos pobres que mantenían su dignidad por encima de todo. Uno de ellos era el limpiador de pozos negros. En cierta ocasión, fue contratado por el notario de Villahermosa y, cuando llegó la hora de cobrar, pidió 50 pesetas. El notario se indignó y le soltó: «¡Coño, pues sí que eres caro! Ganas más que yo». A lo que el limpiador de pozos negros, tan ocurrente como orgulloso, respondió: «Pues hubiera cogido usted mejor oficio».

Esta anécdota me la contaba mi suegro, que estuvo destinado un tiempo en Villahermosa. Antes había sido jefe del silo de Quintanilla Sobresierra, en Burgos. Allí no frecuentaba al notario, sino a Miguel Delibes, con quien iba de caza. Pero se nota que Delibes era adusto y poco dado al chascarrillo porque de él solo me habló una vez y por puro azar. A mi suegro le gustaban más las historias divertidas como la del pocero y el notario.

Si mi suegro y yo hubiéramos vivido en el Siglo de Oro y en Madrid, hubiéramos frecuentado los mentideros de la villa y corte. Eran lugares situados a la puerta de determinadas iglesias o en esquinas muy singulares de la capital. Allí se reunían los gremios y los ociosos a contar y comentar las anécdotas y sucedidos del día. Uno de esos mentideros era el de Representantes, que estaba en la esquina de la calle Cervantes con la calle León, justo donde vivió y murió Miguel de Cervantes. Según otras versiones, este mentidero estaba en la confluencia de las calles Prado con León.

En el mentidero de representantes, se reunían dramaturgos y dueños de teatros y compañías para negociar estrenos y elencos. Pero sobre todo, cotilleaban y adornaban la realidad narrada. A este mentidero, acudían cada mañana algunos escritores y contaban una historia real o ficticia. Al atardecer, volvían para comprobar cómo había evolucionado la historia-anzuelo narrada esa mañana.

¿Cómo habría evolucionado en aquel mentidero el diálogo entre el notario tacaño y el pocero orgulloso? ¿O estas otras anécdotas extraídas del mundo judicial? Por ejemplo la antigua historia de aquel juez extremeño, que, juzgando un incidente acaecido en un burdel, hubo de interrogar durante la vista a la madama y la buena señora se puso a dar unas explicaciones la mar de embarazosas: «El acusado estaba sentado donde se sienta usted, don Fulanito, mientras espera a las chicas. En esto llegó la Zutanita, esa que a usted tanto le gusta, y…»

O aquella del fiscal que debía interrogar a un testigo de profesión capador. Antes de empezar las preguntas, se le pidió que se presentara ante su señoría y el profesional lo hizo con educación tradicional: «Me llamo fulanito y soy capador para servirle». El fiscal se vio en la necesidad de avisar: «Este ministerio público no precisa, por ahora, de sus servicios». Con estas anécdotas, hubiéramos sido reyes del mentidero.

 

Fuente: hoy.es

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